Después de un año, ha vuelto a aparecer la encuesta CEP. El mayor oráculo de la política chilena entró nuevamente a la escena, mostrando en 50 diapositivas pocas novedades.
Una aprobación a Piñera digna (pero cuyo descenso podría empezar a complicarlo), tres cuerdas relevantes para el trompo del Frente Amplio y una Michelle Bachelet que sigue siendo valorada y que la puede volver a instalar como candidata.
No hay mucho más.
Salvo dos cosas: la sorprendente aparición en primer lugar de valoración de Joaquín Lavín y el cambio en la percepción económica de los chilenos.
Las mil caras de Lavín
El mismo que estuvo en Chacarillas, el mismo que escribió la "Revolución Silenciosa" para enaltecer la dictadura de Pinochet, el mismo que modernizó para siempre la forma de ser alcalde en Chile, el mismo que con una sonrisa permanente ha sido parte de la historia de Chile.
Se podrán decir muchas cosas de Lavín, pero hay un mérito innegable en llevar 30 años en la primera línea y seguir siendo bien valorado. Es el sueño de cualquier político. Y es claro que Lavín no es cualquier político.
Es alguien que estuvo a 30 mil votos de ser Presidente de Chile. Solo imaginar qué hubiera sido de Chile si Lavín hubiera sido Presidente es un ejercicio que recuerda la película "Sliding Doors" (que da cuenta de la diferencia en la vida de una mujer simplemente por alcanzar o no a subirse al metro un día cualquiera). No sabemos si sería mejor o peor, pero Chile probablemente sería muy distinto.
Algunos sindican a Lavín como uno de los artífices de la degradación de la política. Del fin de los estadistas, del fin de los podios, de haber llevado a la política desde el mundo de las ideas al mundo de lo banal. Así, Lavín sería el responsable de la vulgarización de la política, tal como Kike Morandé lo fue de la televisión. En parte es cierto, pero en parte tiene sentido contrario.
Más bien lo que leyó Lavín es que el mundo había cambiado, que la gente quería menos pomposidad y él estuvo presto a ofrecer "soluciones". En muchos casos fueron absurdas, en otras fueron geniales y en la mayoría fueron infantiles.
Así, Lavín fue un buen alcalde de Las Condes, un mal alcalde de Santiago y un irrelevante ministro de Educación. Pero siempre ha sido un buen político.
Lo extraño es que Lavín representa una forma de hacer política, revestida de buena onda, que está lejos de la vehemencia de estos tiempos. De los insultos en 140 caracteres, de las banderas duras de derecha e izquierdas. Lavín sigue transmitiendo en otra frecuencia. Y quien sabe, tal vez la gente vuelva a enganchar con aquello.
En momentos en que la derecha en el mundo discute entre el eje ultra (Bolsonaro, Trump, Duterte, Salvini, Le Pen, José Antonio Kast) y el eje liberal (Rivera, Macron, Macri, Piñera, Felipe Kast) Lavín está ajeno a esa lógica. Pero se podría vestir de cualquiera de los dos si fuese necesario. Es que hay una cosa clara: el clóset de Lavín tiene muchos trajes y variados sombreros.
Estoy bien, el resto está mal
Lo otro importante que muestra la encuesta CEP es un total cambio de tendencia respecto de cómo se vislumbra la economía. Claramente, los chilenos se sienten mejor ahora que con Bachelet. Lo muestran distintas preguntas: suben las expectativas de la percepción futura y la sensación de que el país está progresando. La paradoja es que se incrementa la brecha entre lo que ellos sienten y la percepción que tienen respecto del resto de los chilenos. Yo estoy bien, pero el resto está mal.
Este aspecto es clave, porque lo que muestra la encuesta está alejado del síndrome del "malestar", que sigue enarbolando parte de la izquierda chilena y en especial el Frente Amplio.
Tal vez el eje es distinto. Y lo que no entiende la izquierda es que "el malestar" no es una especie de "voluntad general" roussoniana que aspira a un cambio de modelo, sino que son múltiples y variados de malestares individuales que dan más bien cuenta de una búsqueda de una gran parte de la población de querer incorporarse a las bondades de la modernidad.
El notorio cambio de señal en la veleta de la economía que muestra esta encuesta CEP parece dar cuenta de que el Gobierno está cumpliendo con su promesa central del cambio económico. A ello se agregan las cifras del Banco Central conocidas esta semana, que confirman el paso de un crecimiento de 1,5% al 4%. Y entre 1,5 y 4 hay mucha diferencia.
A Piñera se le va a juzgar, antes que nada, por el crecimiento económico. Esa es su principal bandera y los resultados ya empiezan a materializarse. Muchos dirán que este gobierno no ha hecho nada todavía para que la economía se acelere y la inversión se expanda. Y es cierto. Pero hay que acordarse que ya autores previos a Adam Smith se dieron cuenta de que las expectativas son claves. Y, pese a todo, las expectativas con Piñera tienen aroma a tiempos mejores.