Descontando "Esto (no) es un testamento", coproducción con un repaso a la trayectoria de Ictus, más propio del grupo que lo realizó (La Laura Palmer, diestro en teatro documental), "Costanera" es el primer estreno del legendario conjunto como tal, su opus 88, en seis temporadas, elaborado además, al igual que sus obras recientes ("Atascados en Salala", "Levántate y corre" y "Alguien tiene que parar", más un par de reposiciones), con el método de creación colectiva que marcó el período de mayor gloria -la década de los 80- de la emblemática compañía independiente surgida en 1955.
Es también su primer montaje sin Nissim Sharim, último de los integrantes originales del conjunto, aunque no fue uno de sus fundadores, actuando y/o dirigiendo. Tras liderar a Ictus por décadas, tomó luego su control absoluto para defender con porfía su sobrevivencia pese a que la cofradía artística que le dio merecido prestigio se había desgranado hacía mucho. Hace tres años debió retirarse por problemas de salud.
Penoso es decirlo, pero este parece ser el canto del cisne de un ente teatral que perduraba solo nominalmente, y cuya creatividad venía decayendo en su última etapa. Dirigida por Roberto Poblete, uno de sus miembros habituales desde los 80, esta propuesta se sustenta en tres actrices de diversas generaciones que ejecutan una sucesión de cuadros breves, una constante de su estilo. A poco andar queda claro que el actual equipo no domina de modo competente la técnica creativa que se impuso. El resultado, pobre como dramaturgia, muestra una elaboración incipiente de situaciones y personajes, como si estuviera llegando apenas a la etapa intermedia del proceso.
Anuncia indagar en cómo la prosa y la poesía de la gran Gabriela Mistral tocaron las dificultades del rol de la mujer en el mundo de hoy. Pero las distintas escenas no pasan de ser sketches ineficaces y livianos que, aludiendo solo tangencialmente a la poeta premio Nobel, se refieren a temas como el suicidio (a propósito de su hijo adoptivo Yinyin, por cierto), la maternidad o la orientación lésbica, de manera superficial. Sin una columna vertebral, las partes no se conectan en un sentido determinado. La idea reiterada de la autoeliminación justifica el título que cita la elevada torre buscada por los suicidas, una mención por completo ajena al universo sensible de la Mistral.
En verdad no hay por dónde agarrarlo. Si no fuera por María Elena Duvauchelle -integrante histórica-, única del trío que muestra real aplomo histriónico, ni siquiera se asomaría aquí el oficio actoral que caracterizó la producción de Ictus (y a veces ayudó a disimular en sus obras otras carencias). La endeble ejecución hace que los intentos humorísticos caigan en el vacío, para qué hablar de otras reacciones emocionales. La escuálida teatralidad de la puesta, sin música, con una escenografía precaria, hace imposible atmósfera alguna. Dura largos 65 minutos.
Sala La Comedia. Jueves a sábado a las 20:00 horas. Hasta el 15 de diciembre.