Todo lo que se pueda decir del último partido de la UC sería redundante, porque ya está muy escrito a lo largo del certamen. Ganó como visitante, lo que rompió la tendencia de este año, pero lo hizo con una cuota de sufrimiento incomprensible si se considera que el rival estuvo con uno menos desde muy temprano.
No lució, por cierto, y sería absurdo pedirlo a estas alturas del año, cuando la escuadra de Beñat impuso su pragmatismo para sacar adelante una tarea que tuvo distintos matices. Una efectividad a toda prueba en el primer tercio del año, una evolución que mermó sus capacidades en el segundo y un final donde supo imponer un temple que, seguro, será el sello de este equipo, siempre tan preocupado de la fortaleza espiritual más que de las tradicionales galas técnicas.
Como ocurrió tantas veces en la historia, los protagonistas de esta campaña sentirán que no fueron comprendidos durante el tránsito, que no se elogiaron suficientemente sus capacidades y que sugerir más brillos o espectáculo era una injusticia, porque los cruzados este año tuvieron un plantel acotado, con incorporaciones de presupuesto limitado y con la obligación de sepultar un año 2017 que había sido espantoso.
Beñat San José se enfrentará ahora a un ejercicio bien frecuente en nuestro medio: afrontar un desafío internacional (que este año no lo hubo) con las mismas apreturas, pero con mayores exigencias, lo que suele marcar la frontera para los entrenadores. Lo hará, imagino, con una visión clara de sus limitaciones, que ya no podrán rondar en la autocomplacencia que marcó su discurso y que lo llevaron a las lágrimas en el momento del festejo.
Es injusto analizar un campeonato solo desde las estadísticas o el paladar de la imparcialidad, porque ser el mejor —y sobre todo en un torneo largo— implica desafíos mayores, que terminan incluso justificando las sospechas y persecuciones que supusieron las críticas para los más abanderados.
La UC fue el mejor, de punta a rabo, con intermitencias y carencias, pero en la suma eso no queda en la historia. Lo que vale es la estrella, que otra vez adorna el incombustible espíritu de un club que está acostumbrado a las alturas.