Estando en un encuentro universitario pregunté a un extranjero con casi dos años en Chile su parecer sobre el país. Alabó varias cualidades, pero alteró el semblante y dijo: "¡Qué puede explicar tanta desigualdad social!". Estaba impactado. Lo he oído de otros visitantes. En cuanto duró el café atiné a decir que es histórica.
No cuenta el período hispano, pues el fenómeno era continental. Pero, durante el siglo XIX y no obstante haber experimentado el país un proceso de modernización que evidenció la economía, la cultura, la educación, la política, fue una condición que disfrutó mayormente la élite tradicional y migrantes extranjeros que amasaron fortuna y prestigio. Alcanzó tal predominio que pudo implantar, a su manera, un gobierno parlamentario, oligárquico en todo caso. Es cierto que dio forma al Estado nacional, conquistó y conectó productivamente el territorio, fundó ciudades y activó la vida urbana, portuaria y minera, e impulsó una política educacional que permitió la configuración progresiva de la clase media, en tanto su fructífera actividad demandó mano de obra que estimuló la migración hacia centros urbanos y mineros. Emergió el mundo obrero.
Con todo, la desigualdad se volvió dramática despuntando el siglo XX, precisamente en dichos ámbitos: una gigantesca brecha entre élite y el bajo pueblo, más un sector medio inferior que lindaba con la pobreza. Fue miseria con todas sus manifestaciones, la "cuestión social". Naturalmente surgió una vigorosa protesta.
Las evaluaciones y predicciones ante tamaña crisis hicieron tomar conciencia de que el país requería de una reforma consistente, la cual comenzó a cristalizar con la presidencia de Arturo Alessandri. No solo inauguró la mesocratización política, restableció la república presidencial, ahora, democrática y representativa, sino que constitucionalmente (1925) dispuso que el Estado fuera promotor del desarrollo en las dimensiones importantes de la nación, marcando el inicio del Estado de Bienestar. Modelo robustecido en décadas posteriores, con una institucionalidad que respondiera a las necesidades sociales de los sectores vulnerables e incrementando el gasto público. El concepto predominó bajo todos los gobiernos siguientes. Ciertamente la desigualdad descendió, en algunos años y aspectos; en otros no, porque la base de sustentación económica fue incapaz de satisfacer las expectativas planteadas. Persistió la disparidad social, amén de que los brotes de industrialización atrajeron migración campo ciudad hacia la zona central, generando marginalidad urbana.
Leo resultados de una investigación (2016) que se basa en datos obtenidos del SII en los últimos 50 años que concluye que la desigualdad extrema "ha sido parte de la cultura chilena y está internalizada en la forma de relacionarnos". Básicamente se trata de excesiva disparidad en la distribución del ingreso o la riqueza. Quizás sea discutible la afirmación, mas otra fuente (Hogar de Cristo) reconoce que han existido mejorías en indicadores significativos (servicios higiénicos, pobreza monetaria), pero tomando datos de informes de la OCDE, sostiene que Chile continúa siendo uno de los países con mayor desigualdad: el 30% de la población es pobre multidimensionalmente.
¿Se entiende la estupefacción de mi interlocutor? ¡Cómo recuerdo a Gonzalo Vial! Planteó hasta el cansancio en sus columnas de La Segunda que la fórmula efectiva para disminuir la desigualdad es una educación pública de indiscutida calidad. Un programa de Estado desarrollado ininterrumpidamente, por sobre el colorido de los gobiernos, focalizado en enseñanza preescolar, básica y media, con financiamiento asegurado que cubra todos los flancos del proceso. Pero en Chile -frase de Vial-, "se hacen las cosas a la chilena": se privilegió la educación superior.
¿Quién asegura la efectividad de esta fórmula? Hay evidencia mundial para la otra. ¿En 20 o 30 años, seguirá conmoviendo nuestra desigualdad social?