¿Y ahora qué? Es la pregunta que surge después de Temucuicui, donde el inédito proceso de acercamiento impulsado por el Gobierno a través del ministro Alfredo Moreno pareció devorado por el "Comando Jungla".
Es un hecho que en La Araucanía y otras regiones del sur de Chile el orden público está siendo severamente cuestionado por el pueblo mapuche, que en los últimos años -para no remontarnos más atrás- ha sido víctima de verificados montajes por parte de órganos del Estado chileno. Esto está produciendo una situación de anomia, eso que Durkheim describía como el momento en que la sociedad pierde la fuerza y legitimidad para integrar y regular adecuadamente la vida de los individuos, tanto en la vida pública como en la doméstica.
Imponer el orden a cualquier precio supondría crear una situación de guerra, algo que la ciudadanía no está dispuesta a respaldar, como lo dejan en evidencia las encuestas y la solidaridad que suscitó la muerte del joven mapuche. No queda entonces otro camino que el diálogo, tal como el Presidente Piñera lo acaba de reiterar.
El tipo de aproximación ensayada por el ministro Moreno ha sido criticado por creer que puede evitar la dimensión de poder que tiene este conflicto (poder político y territorial) por la vía de los gestos afectivos y la apelación al "buenismo" de los empresarios, entusiasmados al ver a uno de los suyos encabezando este acercamiento. La crítica puede ser injusta, pero no hay duda que después del desborde de las últimas semanas su paleta de recursos resulta limitada.
En los últimos días han surgido voces respaldando el llamado que un tiempo atrás hiciera Pedro Cayuqueo, de "volver a parlamentar, volver a Tapihue". Alude a lo ocurrido en 1825, cuando el Estado de Chile, luego de tratativas que tomaron dos años y la participación directa de Ramón Freire, entonces Director Supremo, firmó un tratado de convivencia y apoyo recíproco con los mapuches del sur del Biobío. Se retomaba así la antigua tradición de los parlamentos y tratados entre el pueblo mapuche y la corona española, que parten a fines del siglo XVI bajo el impulso del jesuita Luis de Valdivia, se perfeccionan en los siglos venideros, y culminan poco antes de la independencia, en 1803, en Negrete.
Numerosos historiadores y antropólogos han estudiado en detalle cómo se desarrollaban esos parlamentos entre partes que se reconocían una cierta soberanía. Se trataba de eventos diplomáticos solemnes, precedidos de períodos de tensión y violencia. Su función era alcanzar acuerdos de paz y reglas de convivencia entre dos sociedades que aceptaban tener modos de vida diferentes, pero que estaban dispuestas a hacer concesiones para alcanzar un entendimiento. Eran espacios sujetos a un delicado protocolo, donde todo era objeto de negociación previa: la convocatoria, la agenda, la localidad, los intérpretes, las comitivas, los aposentos, la duración, y también los temas de acuerdo. El proceso mismo estaba impregnado de símbolos, gestos y rituales, entre ellos el intercambio de regalos y prisioneros, lo que permitía una comunicación que iba más allá de la dimensión verbal y racional.
Volver a Tapihue es volver a la diplomacia, cuya única condición -dice Isabelle Stengers- es "que los protagonistas acepten la eventualidad de la paz".
El Presidente Piñera, como Freire en su época, cuenta con la autoridad para dar el primer paso. En cuyo caso el ministro Moreno debiera aprender de Luis de Valdivia, y en lugar de arribar con medidas y programas de impulso de La Araucanía, como recomienda el paradigma político-empresarial, debiera destinar sus esfuerzos a un asunto previo: a componer un acuerdo sobre las condiciones para parlamentar.