La Universidad Católica y la Universidad de Concepción disputarán la corona en el escenario que menos les acomoda: de visitantes. Ese puro antecedente debería bastar, porque sus estadísticas son muy malas, pero hay un agravante. Los cruzados enfrentarán a Temuco, que lucha por la división, mientras los del Campanil se miden con un Colo Colo que despide el año en su estadio con la obligación de borrar un año muy magro. No será fácil levantar la Copa.
La Universidad de Chile se bajó de la disputa justo en el momento menos oportuno. La racha de victorias se cortó con un empate ante Iquique que dejó en claro que el esquema "práctico y ordenado" que implementó Frank Kudelka no servía cuando la obligación era tener protagonismo y contundencia. En otras palabras, y atendiendo al discurso del entrenador, no hubo capacidad para aspirar a un premio que parecía tremendamente injusto. Fue un año mediocre, plagado de conflictos y problemas para los azules, que tenían que apelar a la irregularidad de los líderes para cobrar el premio mayor.
Que la penúltima fecha se haya jugado sin escándalos mayores ni se concretara la profecía cruzada -de que le arrebatarían el título con malas artes- no debería siquiera mencionarse si no es por el efecto comparativo con respecto a la final de la Copa Libertadores. El bochornoso espectáculo brindado por todos los protagonistas en Buenos Aires nos debe hacer reflexionar más allá de la urgencia de una definición.
La Confederación Sudamericana de Fútbol fue el fiel reflejo de la política implementada en todo el mundo: jugar a toda costa, haciendo un lado cualquier reflexión más profunda sobre la violencia que rodea al fútbol. Se ha visto incluso en Europa, por lo que no es un fenómeno exclusivo de estos lados. El afán de los clubes de sacar ventajas de cualquier circunstancia, la inoperante acción de los dirigentes y, sobre todo, la impresentable planificación de las fuerzas políticas y policiales para controlar el fenómeno (algo que también vivimos en Chile) transformaron una final soñada en una pesadilla sin control, que va a acentuar las dudas sobre los procedimientos y propósitos del organismo, otra vez con la mácula de la sospecha sobre sus hombros.
Insistir en el punto sería redundante. Pero es pertinente si consideramos que esta semana hay elecciones en la ANFP, y sería razonable y sensato escuchar, de los tres candidatos, cuáles serán las medidas concretas para avanzar en el control de la violencia en nuestras canchas, un flagelo que está lejos de estar controlado, como aseguran hoy los dirigentes. Los que están y los que vendrán.
Porque, demás está decirlo, lo mismo dijeron todos antes del River- Boca.