Un plan preparado con esmero; una serie de acuerdos avalados por casi todas las tendencias políticas; diversas expresiones de generosidad: todo está amenazado por la torpeza de unos pocos carabineros, que terminó con la lamentable muerte de un joven mapuche.
¿Estaba mal diseñado el Plan Araucanía? ¿Era un gigante con pies de barro? Nada de eso, era simplemente un acuerdo político, y la política -quizá la más grande de las creaciones del genio humano-, es siempre frágil. Ella busca alcanzar la paz, un bien que es esquivo, huidizo. No debemos acostumbrarnos a vivir en un contexto pacífico: es lo normal, pero no lo habitual. Pensemos, por ejemplo, en Europa. Hasta 1945 y durante siglos, cada generación de franceses, ingleses o alemanes había participado al menos en una guerra a lo largo de su vida.
La anormalidad que hoy vemos en La Araucanía no es una excepción en la historia humana. Es una realidad siempre amenazante, que solo la política consigue, con muchas dificultades, mantener lejos de nuestras vidas. Y no tan lejos, porque en este momento, en Malleco, Cautín y Villarrica hay 315 familias protegidas por carabineros de punto fijo o en rondas periódicas.
Habrá que volver a empezar. En cierto sentido será más difícil que antes, porque pesará un ambiente de pesimismo, de fracaso o al menos de precariedad. Pero en otro sentido resultará más fácil, ya que habremos aprendido algunas cosas.
La más importante de las lecciones de este caso doloroso es que para practicar la política se necesitan políticos, y para eso se requiere experiencia. Ya advertía Aristóteles que los jóvenes no eran sujetos aptos para la política porque se dejan llevar más fácilmente por las pasiones y carecen de experiencia de la vida.
Estos días constituyen un ejemplo de esa enseñanza. Partamos por la oposición: mientras algunos diputados ya estaban haciendo declaraciones a los 30 minutos de producido el incidente (no exagero), cuando nadie sabía lo que había pasado, los políticos de experiencia, como José Miguel Insulza, Felipe Harboe y otros, no solo pusieron la calma, sino también el sentido patriótico.
Ellos renunciaron a sacar réditos partidistas de un problema gravísimo para el futuro del país, y reconocieron la injusticia de culpar exclusivamente al actual gobierno por errores de muy antigua data. Su proceder no es un hecho aislado, pues también han mostrado responsabilidad en la discusión de la ley de presupuesto. Esto no pasa en Perú, Argentina o Brasil, y constituye un motivo de esperanza. Debemos cuidar a nuestros políticos y no dejarnos seducir con peroratas refundacionales que, como hemos visto este año, terminan en corrupciones mayores que las que quieren combatir.
En la propia zona, el senador Huenchumilla, otro animal político de vieja data, también se preocupó de marcar la diferencia, y no se sumó al coro juvenil que pedía, única o principalmente, que rodaran cabezas en La Moneda y que atribuía todas las responsabilidades al gobierno actual. En efecto, sólo un parlamentario muy novel puede ignorar que si Sebastián Piñera obtuvo su mayor votación en la región de La Araucanía fue precisamente porque había conciencia de que las cosas no se habían hecho bien.
Otro tanto sucede del lado del gobierno. El Presidente aprendió las lecciones de su experiencia anterior y fortaleció el aspecto político de su gabinete. En estos días se ha visto que fue un acierto el haber puesto a Andrés Chadwick como ministro del Interior: superado algún titubeo inicial, transmitió mensajes claros y tomó decisiones prontas. Gobernar un país es un asunto eminentemente político, y sea en educación, vivienda o justicia debe haber personas capaces de mantener una mirada de conjunto, propia del político. Bienvenidos los técnicos, pero en su lugar.
La misma presencia de Sebastián Piñera en la región constituyó un signo importante, aunque estuvo repleta de dificultades. Pero un político debe tomar riesgos, aunque se equivoque, porque la pasividad es la negación de la política (dicho en terminología filosófica, la praxis crea las condiciones de su posibilidad). Es la cuarta vez en el año que viaja a La Araucanía. Michelle Bachelet lo hizo muchas veces, pero casi siempre al lago Caburgua, no obstante que desde su sector político habría sido más fácil buscar puntos de encuentro
¿Qué queda por delante? Reiniciar el diálogo, "parlamentar" con la humildad de quien sabe que todo se puede desmoronar en cosa de minutos.
Además, habrá que acometer prontamente la reforma de Carabineros. Episodios como este la exigen de manera imperiosa. Aquí también será imprescindible contar con la colaboración de los políticos viejos de ambos lados, de esos parlamentarios que algunos quieren evitar que se reelijan. Ellos, con pocas declamaciones y sin la espectacularidad de los novatos, permiten que nuestras instituciones republicanas sigan funcionando. A trastabillones, sí: pero esa es señal de que están vivas.