ARNALDO VALSECCHI, DESPUÉS DE CASI UN CUARTO DE SIGLO, VUELVE A FILMAR UNA PELÍCULA PARA EL CINE, porque a "La rubia de Kennedy" (1995) le siguieron cortos o capítulos para series de televisión, pero nada como el intento de ahora.
Si la película de 1995 era sobre un mito urbano en mitad de una avenida de la capital, la actual está en la vereda opuesta, porque es la Colchagua de 1959 en torno a dos escenarios, donde el principal es una casa de campo con sus bodegas y patios, y el secundario es el pueblo y su plaza en las cercanías.
Es una historia basada en una novela de Jaime Hagel que luce un gran reparto y el montaje alterna el pasado y presente de una familia, para que broten secretos, descubran muertos, amores entrelíneas y antiguos misterios.
La película mantiene un humor negro constante, que parte con Matilde Tagle Ureta (Gloria Münchmeyer) enferma, fumadora y en cama, pero dispuesta a contar lo que solo ella sabe. Esta revelación inicial mueve el terreno y cambia las condiciones, para que cada uno de los personajes revuelva su memoria, limpie las telarañas y aligere las culpas, si es que las hay.
En "Calzones rotos" y como es el campo chileno, figura alguna huacha y también una casa de remolienda, donde don Alfonso (Patricio Contreras) es un patrón de temer, el tío Heriberto (Pablo Schwarz) se las trae y las tres hijas de la Matilde más joven (Catalina Guerra) serán solteronas con el venir del tiempo, pero ninguna está para vestir santos.
Son las piezas y personajes tradicionales, acompañados por la aparición del cura y del policía, siempre dispuestos a la vista gorda de lo divino y lo humano, si se trata de los señores del pueblo. Desde el pasado surge un gigoló de trocha angosta, mujeriego y glotón, y en el presente de 1959 hay una extranjera, Kim (Annie Fink), que de a poco descubre los modos chilenos que incluyen los llamados calzones rotos.
La película esquiva los toques pánfilos, provincianos y costumbristas, aunque no siempre lo logra, y por eso lo recomendable es correr un tupido velo sobre el desempeño de unos actores juveniles que seguramente están por amistad, parentesco o quizás por el natural ahorro económico, lo que tampoco es una mala razón.
Pero en "Calzones rotos", por fortuna, abunda y circula un coro de personajes de sentimientos provocadores y transgresores, donde no se anidan la pena ni la conmiseración ni el arrepentimiento de nada. Al contrario, en la Matilde anciana o adulta y en su trío de hijas rondan el cinismo, la crueldad y hasta una prueba de sobrevivencia, donde ellas podrán ser cualquier cosa menos las perdedoras, ni en la lejana Colchagua de mitad de siglo pasado, tampoco antes y menos ahora.
"Calzones rotos" es un juego de recuerdos y reflejos con el aire negro de una historia familiar que podría ser trágica, pero seamos serios, estamos en Chile: es cómica.
Chile-Argentina, 2018. Director: Arnaldo Valsecchi. Con: Catalina Guerra, Patricio Contreras, Alessandra Guerzoni. 102 minutos. Mayores de 14 años.