Es innegable el encanto que tienen las películas del chileno Che Sandoval (1985). No parecen hechas con una agenda predeterminada o la ansiedad de conquistar a jurados progresistas y bien pensantes en festivales de cine. Su ánimo está, más bien, en sacar al pizarrón a personajes de clase más bien acomodada, que sin embargo tienen muchas razones para estar incómodos en su entorno o consigo mismos. Es un cineasta al que le gustan la calle y las conversaciones y filma ambas cosas con poca pretensión, como casualmente, entregándole humor y una agradable levedad a sus cintas. Antes habíamos visto "Te crees la más linda (pero erí la más puta)" (2009) y "Soy mucho mejor que voh" (2013). Ahora se estrenó "Dry Martina", una coproducción chileno-argentina, que, a diferencia de sus cintas anteriores, está protagonizada por una mujer. Martina (Antonella Costa) es una cantante argentina, de no poca fama, que está en medio de una crisis que la hace arrancar de los escenarios. El encuentro con una supuesta hermana chilena, Francisca (Geraldine Neary), y especialmente con el novio de ella (Pedro Campos), la empujan viajar a Santiago, donde el romance -ni nada, la verdad- resultará como Martina había imaginado.
Como otras cintas de Sandoval, sus mejores logros no están en la línea argumental. Sus personajes tienden a la deriva y con ellos deriva también la historia. Martina parece en un principio fuertemente enfocada en satisfacer su impulso sexual, pero luego se distrae o se deja llevar o intenta, algo inconscientemente, llenar otras necesidades afectivas. En cualquier caso deriva, como quizás deriva la gente también en su vida cotidiana, hacia algo que en la ficción cinematográfica es más riesgoso, justamente, porque la cinta puede terminar en cualquier parte. Sandoval, sin embargo, logra sostener el interés gracias a que Martina, y también Francisca, son atractivas, intensas, desbalanceadas, y nunca es claro por dónde van a salir. No son, por supuesto, ejemplos de rectitud, entrega o generosidad, más bien, como otros protagonistas del cine de Sandoval, son personajes consentidos, egoístas y de escasa paz interior. En las consecuencias de sus actos, en los líos que de ahí salen, la cinta sostiene su tensión y algunos de sus mejores apuntes.
Sandoval, como pocos directores en cine chileno, es capaz de armar películas en un tono que a la vez es leve pero inteligente, cómico pero clínico en sus observaciones. No idealiza a sus personajes, pero tampoco los condena de antemano a la ignominia o la estupidez. Aunque "Dry Martina" es evidentemente una producción más sofisticada y cara que sus cintas anteriores, el director ha sabido mantener el aire fresco, despeinado, de baja pretensión de sus largos anteriores. Eso se agradece mucho, y habla de que el director puede crecer sin traicionarse ni rigidizarse.
Ahora, hay que admitir que, pese estar entre lo mejor que el cine chileno nos ha ofrecido este año, existen momentos en que "Dry Martina" se siente algo fuera de tono o desbalanceada en su engranaje interno. Ello se debe quizá a que algunos personajes masculinos están desdibujados y borrosos, como salidos de una película inferior. César, el amante de Martina; Nacho, el padre de Francisca (Patricio Contreras), y el mismo
toyboy de Francisca (Yonar Sánchez) parecen poco más que caricaturas, sin autonomía o agenda personal, sin motivaciones claras, esbozos pálidos de personalidades posibles. Eso nos recuerda que la comedia es un género muy exigente, mucho más que el drama, en el que cualquier punto fuera de la trama, cualquier hoyo en el tejido, se releva nítidamente. Y de alguna manera, también es un género democrático: exige que todos los personajes, por breves que sean sus apariciones, por simples que sean sus líneas, estén a la altura de los personajes principales y puedan servir de contrafuertes o espejos a sus conductas.
Dry Martina
Dirigida por Che Sandoval.
Con Antonella Costa, Patricio Contreras y Geraldine Neary.
Chile y Argentina, 2018
95 minutos.