En la eterna indefinición del torneo chileno, lo de Marco Antonio Figueroa ha sido un aire fresco. Aunque a veces se le pasa la mano, el entrenador de O'Higgins vino a dejar en claro que el entusiasmo suple carencias. Y tiene a su equipo peleando por una copa internacional con la energía que esa meta merece.
Algo similar a lo que hicieron Ivo Basay y Juan José Ribera metiendo a Palestino y al Audax en la final de la Copa Chile y manteniendo el oxígeno en el torneo. El resto del discurso técnico este año ha transitado por el conformismo, la abulia y -derechamente- la mentira para justificar un certamen que ha sido emocionante solo por su enorme irregularidad.
Si en la primera parte del año nos asombramos con tres rachas de triunfos impresionantes (la UC, la U. de Conce y La Calera), en esta segunda rueda vimos el desplome generalizado. Que Universidad de Chile siga teniendo todavía opciones de pelear la corona con su minirracha de cuatro victorias conseguidas con un estilo "ordenadito" habla por sí solo de lo difícil que ha resultado asimilar esta temporada incluso para Frank Kudelka, que, como sabemos, no juega como le gustaría.
Por eso el entusiasmo de Figueroa, que pide transformar El Teniente en un huracán, que valora sin zalamerías el esfuerzo de sus jugadores y que emplaza a los adversarios a desnudar sus reales ambiciones, es un estímulo, lamentablemente interrumpido por un nuevo receso, porque ahora los celestes deben visitar San Carlos en un duelo que enciende las pasiones, como corresponde.
Si es verdad que el sistema de torneos se revisará si gana la lista de oposición en las próximas elecciones de la ANFP, habrá que conceder que el torneo largo dejó una insospechadamente larga lista de entrenadores víctimas de su irregularidad. El último fue Martín Palermo, que dejó pasar varias opciones de meterse en el grupo de avanzada, y que desnudó también una tendencia ya instalada en nuestros clubes: el choque de visiones entre el gerente técnico y los entrenadores.
La UC sigue en punta, pero ya ve enemigos en todas partes. Conspiraciones, malas artes, conflictos a granel que han servido -como siempre- para intentar cohesionar al grupo ante la amenaza del agente externo más que en las virtudes propias. Una estrategia que, por antigua, se contrapone a la del entusiasmo que enarbolan en Rancagua, donde lo que prima es la confianza en los medios propios.
Un soplo refrescante en un medio donde nadie quiere ilusionarse o ilusionar, por temor al costalazo.