En los últimos meses, y en un intento por encontrar un ancla intelectual, cierta izquierda ha tratado de reivindicar la imagen de Karl Marx. Los 200 años de su natalicio -nació el 5 de mayo de 1818, en Tréveris- son una excusa perfecta para organizar simposios y publicar nuevos fascículos sobre el filósofo alemán. Teóricos marginales, profesores de universidades de tercer nivel y activistas de antaño dictan conferencias que combinan trivialidades con frases herméticas de imposible comprensión. Como Vladimir y Estragón, en "Esperando a Godot" de Samuel Becket, esperan con ansiedad el arribo de algo que nunca llega: la crisis terminal del capitalismo.
La verdad es que Marx es hoy día completamente irrelevante.
Su teoría sobre el devenir histórico resultó ser mecánica y falsa. Su predicción sobre el estancamiento y desaparición del capitalismo no fue más que un volador de luces. Su teoría del valor es tan pueril como alambicada. Su aseveración de que el motor de la historia es la lucha de clases es desmentida todos los días por feministas, medioambientalistas, animalistas, fanáticos religiosos, y otros grupos que están convencidos de que son ellos quienes determinan el devenir.
En un libro reciente titulado "¿Por qué Marx tenía razón?" el inglés Terry Eagleton intentó convencer a sus lectores de que, a pesar de todo, Marx estaba en lo correcto. Este opúsculo, que se lee como el ensayo de un universitario primerizo, está organizado en torno a lo que el autor considera las diez críticas injustas a Marx. La idea de Eagleton es demostrar que, si uno escarba lo suficiente, no puede sino concluir que Marx tenía bastante razón. Pero resulta que ninguno de los 10 capítulos de este libro -cada uno se aboca a una crítica- es convincente. El autor hace largas disquisiciones sobre literatura (su campo de especialización), picotea ejemplos históricos y repite clichés.
Algunas de las críticas al pensamiento marxista que Eagleton intenta refutar, sin éxito, son: el marxismo hace algún sentido teórico, pero su aplicación real siempre termina en tiranías. El marxismo tiene una visión mecánica y determinista de la historia. El marxismo es ingenuo y no considera las verdaderas características del ser humano. El marxismo es una doctrina materialista, obsesionada con el conflicto de clases, fomenta acciones violentas y destructivas, y quiere eliminar las organizaciones democráticas de la sociedad civil. El marxismo es una doctrina economicista, y no toma en cuenta aspectos centrales de la vida, como el arte y la religión (curiosamente, esta es la misma crítica que frecuentemente se le hace al "neoliberalismo").
Quizás una de las creencias más equivocadas entre los marxistas es que Marx fue el primer pensador que entendió que la tasa de ganancia del capital es decreciente: mientras más capital se acumula, menor es su retorno. Este hecho tendría dos efectos fatales: los incentivos para acumular capital disminuirían y los capitalistas se verían obligados a imponer condiciones cada vez más paupérrimas entre los obreros, para así mantener su tasa de ganancias. Ambos hechos contribuirían al derrumbe inevitable del capitalismo.
Pero nada de ello ha sucedido. Al contrario: la acumulación capitalista continúa a un ritmo más que saludable, y en los últimos 30 años los niveles de vida de millones de personas en el mundo emergente -en Chile, China e India, entre otros- han mejorado enormemente. Además, y como todo estudiante de Economía sabe, las teorías de rendimiento decreciente del capital se originaron con Adam Smith y David Ricardo, y suponen que "todo lo demás" -fuerza de trabajo y, especialmente, tecnología- se mantienen constantes, algo que nunca sucede en el mundo real. Es cierto que los ciclos económicos continúan, pero de ahí a la desaparición del sistema capitalista hay un abismo.
Pero, la razón central por la que el marxismo es hoy irrelevante como doctrina económica es su absoluta incapacidad por contestar preguntas importantes de políticas públicas. Por ejemplo, es incapaz de responder qué impuestos son más eficientes si se quiere recaudar una cierta cantidad de dinero. La respuesta tiene que ver con "elasticidades" y fue desarrollada por Frank Ramsey, un discípulo de Wittgenstein y Keynes, en la década de 1920. Otra pregunta de políticas públicas particularmente relevante hoy en día, ante la que el marxismo queda perplejo es: cuál debe ser la respuesta óptima en un país como Chile ante una guerra comercial entre las grandes potencias mundiales.
De lo anterior no se concluye que Marx no deba enseñarse. Al contrario, es menester darle el lugar que amerita en la historia del pensamiento económico, y comparar sus análisis con los de Smith, Ricardo y Mill. De hecho, creo que todo universitario chileno debiera mirar en YouTube la magnífica conferencia que Carlos Peña dictó en el CEP en agosto de este año.
Pero, el verdadero enigma es cómo se explica que durante la segunda mitad del siglo XX tantas personas inteligentes -Jean Paul Sartre, se me viene a la mente- abrazaran una doctrina con tan escaso poder predictivo. Una conjetura es que este ascendente sobre intelectuales, y especialmente entre los jóvenes, se debió a la ausencia de una alternativa comprensiva que emanara desde la tradición liberal. Es verdad que Hayek y los monetaristas de Chicago tenían programas coherentes, pero nunca lograron presentarlos con la simpleza del arco narrativo marxista.
El avance tecnológico del que tanto habló Marx destruyó a la URSS y a los otros países donde sus ideas se habían puesto en marcha. Con ellos murió el marxismo como doctrina relevante. Hoy es, a lo más, materia de estudio en los cursos de Historia del pensamiento. Mi predicción es que incluso en ese ámbito, y como dice el tango, ya pronto una sombra será.