El Departamento de Economía de la Universidad de Chile, uno de los mejores de América Latina, no tiene mujeres con el rango de profesora titular. El Instituto de Economía de la Universidad Católica, su más próximo rival, tampoco. En Chile nunca ha habido una mujer ministra de Hacienda o una presidenta del Banco Central. Hay poquísimas mujeres economistas en los directorios de las grandes empresas. Como dijo Andrea Repetto, la economía es una disciplina muy masculina.
Una pregunta que ronda hace tiempo es qué se puede hacer para fomentar una mayor presencia femenina en la profesión. Una interrogante paralela es si es posible reformar el currículo y enfatizar temas de interés para las mujeres. El tema curricular, y su relación con cuestiones de género, estuvo presente en las recientes tomas universitarias.
Con un mínimo esfuerzo y algo de creatividad se puede crear un plan de enseñanza que aborde la economía desde un ángulo diferente. No se trata, desde luego, de adscribirle una perspectiva de género a los conceptos teóricos. Pero de lo que sí se trata es de mirar el fenómeno económico a través de cristales nuevos. De hecho, esto ya se hace en una serie de universidades en el mundo, incluyendo en UCLA, donde dicto clases desde hace muchos años. Veamos algunos ejemplos.
Lo primero y más simple es explicar cómo la medida tradicional de actividad económica, el PIB, tiene un sesgo antimujer, al asignarle valor cero a una enorme cantidad de actividades que ellas realizan. Hace unas semanas, el gobierno británico publicó un estudio que concluía que la metodología tradicional subestimaba la actividad del Reino Unido en 1,5 trillones de libras esterlinas (esto es, como cinco veces el PIB actual de Chile). La razón es que la metodología imperante solo incluye en el cálculo actividades remuneradas. Se excluye todo trabajo -por más arduo e importante que sea- que no recibe una compensación monetaria.
Una de nuestras universidades debiera calcular, como se hizo en Gran Bretaña, el monto de estas "actividades olvidadas". Su valor puede ser enorme. En el Reino Unido supera al PIB del retail, más el de la manufactura. El elemento más importante que queda fuera de los cálculos tradicionales es el transporte, más aún que las labores del hogar. Si usted manda a los niños al colegio en Uber, ese viaje es parte del PIB. Pero si hace el mismo trayecto en su propio auto, eso no tiene ningún valor en las cuentas nacionales. Hacer este ejercicio ilustraría las limitaciones de los métodos actuales y pondría sobre la mesa cuánto contribuyen las mujeres sin que se les reconozca.
Otra área interesante es el llamado "impuesto rosa" o "pinktax". Resulta que productos casi idénticos son más caros cuando son vendidos a mujeres. Una bicicleta rosada es más cara que una verde; hojas de rasurar en un envoltorio para mujeres son más caras que hojas idénticas para hombre. ¿Qué explica esta práctica habitual y discriminatoria? ¿Es moral hacerlo? Este es un tema que discutimos largamente en mi curso de microeconomía en UCLA.
La medición del PIB nos lleva, en forma natural, a las pensiones. Si las mujeres trabajan lo mismo, y no se les reconoce, ¿cómo se puede enfrentar el tema de sus jubilaciones bajas?
Una materia tan árida como las estadísticas se puede enseñar desde la perspectiva de las mujeres. La pregunta es cómo se puede establecer científicamente si hay diferencias significativas entre dos poblaciones muestrales (es posible que no las haya). Aquí las preguntas son variadas: ¿Tienen menor posibilidad de ascenso las mujeres en ciertas industrias? ¿Tienen mayor probabilidad de ser despedidas?
Y, desde luego, los temas relacionados con la economía laboral, de la educación y de la salud, se pueden enseñar con un énfasis en los desafíos y oportunidades de las mujeres.
No se trata de feminismo radical. Se trata de mirar las cosas desde otra perspectiva, desde un punto de vista que le agregue granularidad y textura a la discusión.
Además de lo anterior, nuestras universidades podrían crear cátedras que les den tiempo libre a profesoras jóvenes, para que se puedan dedicar a sus investigaciones y avanzar en sus carreras académicas. Estas cátedras podrían honrar a algunas de las economistas pioneras que trabajaron abnegadamente por años, en circunstancias difíciles. La Universidad de Chile crearía la Cátedra Teresa Jeanneret, en honor a esa académica seria, dedicada y bondadosa. Tuve el honor de ser su alumno en los años 70. La PUC podría crear la cátedra Pilar Rozas, en memoria de una de sus mejores graduadas, con quien tuve el privilegio de trabajar a mediados de esa misma década.