F ue en el último feriado que más de 600.000 vehículos abandonaron Santiago, aquella egocéntrica megalópolis donde reside casi la mitad de la población urbana del país y que, en consecuencia -que me perdonen los compatriotas de regiones- constituye un curioso país en sí misma, sin conciencia de la realidad más allá de los límites de lo visible. Esta inconciencia afecta también a las autoridades nacionales y metropolitanas, lo que explicaría, al menos en parte, el estrepitoso fracaso de las medidas tomadas para prevenir o mitigar la catástrofe vial que aconteció en los días feriados. El atochamiento en la autopista al sur tuvo unas proporciones dignas de Cortázar: duró varios días, fluctuó intermitentemente entre el reptar por el pavimento y la detención total, demorándose los festivos paseantes nueve horas en recorrer aquello que cualquier otro día habrían hecho en dos. ¡Qué malgasto de combustible! ¡Qué perjuicio para el entorno! ¡Cuánta desilusión y maledicencia entre dientes! Todos los servicios públicos a lo largo del camino (zonas de descanso, baños públicos, venta de combustible, restoranes, etc.) se convirtieron en un espectáculo decadente y voyerista de la desgracia ajena, la impaciencia y la desesperanza, como un éxodo en la víspera de un desastre inminente, mientras que la carretera se convertía en el escenario de una cierta incivilidad colectiva que parece ser, tristemente, cada vez más natural en el chileno.
No habrá ensanche posible de carreteras que resuelva el problema que enfrentaremos de hoy en adelante. Estamos condenados a repetir numerosas veces lo que vivimos hace unos días, pues la singular geografía de Chile, larga y estrecha, con un único camino longitudinal (de origen prehispánico, por lo demás) como conector de todo el territorio, no nos da opciones. Y lo que necesitamos es una red de alternativas que permita desvíos, diversas rutas y medios para trasladarse desde un sitio a otro, circunvalando los obstáculos que pudieran surgir accidentalmente en determinados puntos (como de hecho ocurre en nuestra única carretera longitudinal, causando estos históricos atochamientos). Por supuesto que no es fácil abrir nuevas rutas paralelas a nuestra carretera longitudinal... excepto por una red vial monumental que existe desde hace más de 100 años gracias al ímpetu visionario de algunos de nuestros ciudadanos más ilustres, y gracias, también, a la magnificencia de un Estado puesto completamente al servicio del bien común y del desarrollo integral del país y su gente, sin condiciones. Me refiero al glorioso ferrocarril de Chile, que hoy yace en ruinas -avergonzándonos de nuestra propia desidia, incompetencia, falta de inteligencia y voluntad- y a la espera de su rescate, que es posible, para al menos mitigar las ineludibles carencias viales y de transporte del futuro próximo.