En menos de un mes, el próximo 19 de octubre, Jorge Valdivia cumple 35 años y está en el ocaso de su carrera, pero una vez dicho eso, hay que completar la sentencia: se trata de un ocaso brillante y esplendoroso.
El partido de Jorge Valdivia frente a Palmeiras fue extraordinario, por lo elegante, inteligente, fino y certero, y bien vale la pena lanzar una herejía a la competencia: el resultado es un dato secundario.
El mediocampista, en el campo internacional, olvida su peor faceta, la de acosar al árbitro de palabra y gestos, rodearlo a cada rato y tantas veces tirarse al suelo sin razón y protestar sin motivo. Esa faceta, es verdad, no siempre es inútil y puede caer algo como un tiro libre para los albos y tarjetas para los rivales, pero esa es la parte sucia y borrosa del fútbol; la zona clarividente tan propia de Valdivia, y por eso lo de mago, está por un lado noble y limpio.
Es mágico porque entrega pases invisibles, inventa jugadas que nadie ve y lo que parecía imposible lo hace real: esquivar dos veces, tres y siempre, con una pelota dominada por piernas como varas mágicas, y la visión y estrategia de un mariscal de campo.
Más que eso, mucho más todavía: un Napoleón del fútbol.
Un estratega pequeño y ejemplar, que no tiene en Colo Colo a la gran armada, pero es su armada.
Se desliza un mameluco por el lateral, y allá va la entrega justa.
Se incorpora un húsar al ataque, y su pase ayuda y conforta.
Va un coracero o un lancero, también los granaderos, y cada uno tiene lo que merece.
¿Cómo le da a cada uno lo suyo? ¿De dónde esa justicia y esa justeza? ¿Cómo lo hace o cómo lo hizo?
Lo hace porque a Jorge Valdivia le cabe el fútbol en la cabeza y en esa pantalla todo lo ve antes que el resto de los mortales, y eso explica, por cierto, que haga fácil lo difícil. Traduce lo complejo, desarma los nudos y elige lo más simple y clásico.
Es útil recordar que en el contrato con Colo Colo existió una cláusula con desconfianza. La renovación automática hasta 2019, cosa que ya logró, implicaba jugar 2017 y 2018, al menos, un 50% del tiempo, es decir, si el total era de 4.050 minutos en partidos, su deber eran 2.025. En esa época, no hay que olvidarlo, se decía que era un jugador de un tiempo y que su cuerpo gastado no daba para más. Las viejas materas añadían juicios: si hubiera sido bien portado, disciplinado y con otras costumbres, habría llegado a lo más alto del mundo; pero no hay más mate que el presente y nada de pretéritos pluscuamperfectos de la clase hubiera podido ser o hubiese podido convertirse. Fue y se convirtió en lo que es. Y ahora está en el ocaso.
Napoleón tuvo su Waterloo y Jorge Valdivia lo tendrá, porque nada es para siempre.
En los hechos -edad, relato, trayectoria- camina por el atardecer de su carrera, pero se hunde lentamente y todavía puede iluminar al horizonte y al fútbol.
Jorge Valdivia, contra Palmeiras, lo iluminó.