A la derecha le complica el tema de los derechos humanos y las conmemoraciones del aniversario del golpe. Cree que enmudecer es la mejor respuesta.
En primer lugar no cabe negar que la gran mayoría de la derecha política en su sentido amplio (sector, sensibilidad, cultura política) descansó en el régimen de Pinochet, sobre todo entre 1973 y 1977, en lo que respecta a los derechos humanos. La primera reacción vino con las consecuencias del caso Letelier, que desnudó la precariedad internacional del gobierno. Hasta ese momento, la mayoría creía que la libertad económica operaría milagros, como si la libertad política fuera una ilusión. Después, en sucesivas etapas la derecha iría empujando a una "democracia protegida" cuya versión más fiel era la Constitución de 1980 en su versión original. Del letargo solo despertó realmente en 1983 con el ministerio Jarpa, respondiendo a las protestas, entonces preludio de un colapso del régimen. Todo esto no fue una suma de decisiones, sino que un proceso.
No es toda la historia. En segundo lugar, cometen un error las nuevas generaciones de la derecha al tentarse con la idea de que basta con matar al padre, antiguo rito seductor, y después se cae en cuenta que se han amputado a sí mismos al asumir el lenguaje del adversario. De todas maneras, este no los perdonará. La condena debe brotar de una interpretación original de ellas, no de una postiza, salvo que no interese el conocimiento de la propia historia, que le sucede mucho a la derecha.
La derecha, desde que existe como tal, participó junto a otros actores, fuerzas y oleadas de sentimientos en la construcción de la democracia desde el XIX. El período clásico de la democracia chilena, entre 1932 y 1973, fue inaugurado por una administración que bajo muchos parámetros podría calificarse de derecha, la de Arturo Alessandri, que también desarrolló una economía política a la postre perdurable. La administración de Jorge Alessandri, la única otra de genuina derecha entonces, constituyó el momento más pacífico de la vida chilena de esos años; no pudo sacar al país de la trampa económica y política a la que se deslizaba; sus logros económicos no fueron diferentes a los de Frei Montalva. En los 1980, la derecha -mejor dicho, las derechas- tuvo un papel en la restauración de la democracia y después resplandeció en votación como no lo hacía desde los 1930, extraña paradoja. Ayudó a la gobernabilidad de la Concertación e incluso a Bachelet 2 mucho más de lo que aquella asistió a Piñera 1, o en nuestros días. El mundo de sus ideas y valoraciones está en parte más representado ahora que antes, a pesar de lo oblicuo de la mirada que tiene de sí misma.
Sobre todo, salvando ese silencio (o descanso) que no se debe desconocer y que tiene que ver con la debilidad de sus convicciones políticas, la derecha ayudó y contribuye en la construcción, que será siempre inacabable, de la democracia liberal, acompañada en lo posible del desarrollo económico y social. Es el único marco en el que en la modernidad se pueden resguardar los derechos humanos y, sobre todo, el Estado de Derecho (si no es así, pido que se me señale una excepción). Haberse propuesto crear una llamada democracia popular, un sistema marxista, tenía que desatar una crisis de la democracia, por la instauración de esa "democracia de trabajadores" -siempre mentirosa en el siglo XX-, o un estallido como el que hubo. El retorno al modelo de la democracia moderna por la gran mayoría de los actores, de buenas ganas o porque era inevitable, hizo posible al Chile actual. Ayudó de manera decisiva la evolución mundial. Ahora, tomando en cuenta los procesos de nuestro mundo, ¿hacia dónde vamos?