Si vamos a ser rigurosos, la ausencia de Alexis Sánchez en la selección que espera el partido frente a Corea no tiene explicaciones sensatas. Era lógico que se quedara en Manchester si hubiera estado lesionado, o aun si quisiera sumar bonos para conquistar liderazgos y elogios en el equipo de Mourinho, pero esas no fueron las causas de su bajada, como ha quedado claro.
Sánchez sabrá sus razones para esta ausencia -que perfectamente pueden ser sentimentales o anímicas-, pero en esta nueva etapa que comienza también sería saludable hablar con la verdad. Sobre todo si el análisis generalizado, incluyendo el de los mismos jugadores, en relación con la eliminación del Mundial concluye que fueron los errores internos y lo que llamaron "falta de humildad".
El aporte de Alexis, de Vidal y de todos los que lucen medallas en el pecho hacia los jóvenes convocados por Reinaldo Rueda debiera ser ese: compromiso irrestricto con el trabajo y el esfuerzo. Es odioso poner ejemplos, pero basta mirar a los uruguayos para entenderlo.
Hoy es posible que miremos la pasada por Sapporo como una fecha inútil y perdida en nuestro calendario, pero también es un hecho que la convivencia bajo circunstancias difíciles, sometidos a presiones desconocidas, sufriendo inconvenientes poco comunes en la vida del alto profesionalismo, podría servir para fortalecer a un grupo joven y que se viene conociendo.
Suponemos, acá en Suwon, que el sorpresivo cambio de un entrenamiento privado por la tarde libre nada tiene que ver con eso. Las explicaciones entregadas por el cuerpo técnico hablan de "refrescar la mente" y "despresionar al grupo", aunque en la mirada externa, la caída de un partido y la emergencia japonesa indicaban que el trabajo en cancha debía reforzarse aún más. Una práctica -que sería a puertas cerradas- era una instancia clave para insistir en la nueva táctica, con nuevos ejecutantes.
Son interrogantes que debemos, obligatoriamente, plantearnos en estos momentos. Es en el esfuerzo constante y metódico donde este grupo supo hacerse grande, romper la historia y alzar las copas. Dejar de lado el rigor nunca pareció ser una buena idea, pese a todo el talento disponible. Cualquier otra cosa es no haber asimilado, correctamente, el remezón.