Oscar Padró es un hijo ilustre de Viña del Mar, a lo mejor no existe el nombramiento oficial, pero eso es lo menos, porque importan los hechos y su memoria.
En 1943 se inscribió en el Club Centro América como lateral pequeño, rápido, cuadrado y duro de pelar. Un amigo que vivía por 3 Poniente también se hizo del club: Carlitos Robles. Con los años, el diminutivo se esfumó, porque Carlos Robles fue un árbitro serio, severo, estudioso y con un corazón que se detuvo hace una semana.
La sede de Centro América, en esa época, estaba por el centro de Viña y cerca de la calle Enrique Bohn y la estación y el teatro CRAV, construido por la Compañía Refinería de Azúcar de Valparaíso.
Con el tiempo, el club se trasladó y aún existe con 104 años, pero desapareció la empresa, el teatro, la estación, la calle y Carlos Robles a los 92 años, que fue hincha de Everton e integró su rama de hockey , según cuenta Padró, porque para los hinchas sabios, buenos y viejos, la historia del mundo pasa por el equipo de sus amores.
A Robles no le embolinaban la perdiz, es decir, no existían jugadores a su vera con tonterías, palmoteos, amiguismo y palabrería. Atrás, sin golpes y cada uno a lo suyo: 22 a jugar y él al arbitraje. Era pequeñajo, rápido y podría haber sido, por cierto, un lateral sin miedo. No le venían con chicas y no andaba con pantalón corto y transparente. Así que nada de triquiñuelas ni lamentos y no hay rol para pedigüeños y ganapanes, tampoco para llorones ni alharaca.
Carlos Robles, no hay que olvidarlo, tenía buen corazón.
Esto es lo que cuentan y es para leerlo más de una vez, porque el fútbol y las mil y una noches se parecen.
Un equipo perdía por 6 a 0. No les salía nada. El rival la salvaba en la línea o el arquero con los deditos; y no entró para el descuento, porque dio en cualquier palo. Robles los miraba correr y escuchaba los resuellos y la desesperación de los que ruegan por un gol para rescatar la honra. Cuánto pundonor, pero la mala suerte se cortaba con tijera y hasta el Cielo que en lo alto se comba lloraba, porque lo merecían: un golcito.
Uno de los jugadores, acaso el con mayor sensibilidad, mediocampista probablemente, vio el semblante entristecido de Robles, testigo de esa fortuna negra e injusta, y por eso se atrevió: "Don Carlos: cóbrenos un penal".
Robles no dijo palabra, pero vino el 11: "No sea malo". El 5: "¿Qué le cuesta?". El 8: "Significa tanto". El 7: "Piense en nuestros hijos". El 2: "Es por el honor".
Lo dijo en voz baja, como es lógico: "Les cobro un penal, pero con una condición".
Ahora fue en coro: "Lo que quiera, don Carlos. Por supuesto, cómo no. La condición que quiera, la que usted quiera, ¿cuál es la condición?
-"Que lleguen al área primero".
De sobra está decir que el partido terminó 6 por 0 y los derrotados quedaron tristes, pero consolados, sonrientes y con algo para contar.