Quienes han tenido la paciencia de leerme pueden dar fe de que abogo por la planificación y el urbanismo. Creo en sus efectos mágicos sobre el territorio y creo que asuntos como la equidad, la sustentabilidad, la calidad de vida, la educación cívica y la justicia comienzan en un buen lugar. Creo que se requieren más profesionales del espacio y que la voz de los arquitectos y los geógrafos debiera escucharse fuerte y clara en los debates públicos. Es más: creo firmemente en que la belleza y el orden son fundamentales para alcanzar la paz y el bienestar del alma humana, concepto al que también adscribo en momentos de optimismo. Pero aun en los mejores, no creo que el infierno de una "Zona de sacrificio" se resuelva con más planificación territorial.
En efecto, solo un concepto equivocado de planificación puede haber conducido a la concentración espacial de un mismo uso, error básico cuyas consecuencias nefastas están archicomprobadas a toda escala. Solo la completa ignorancia de las teorías de origen de los asentamientos humanos puede desconocer que cualquier desarrollo productivo atrae naturalmente el surgimiento de una ciudad compleja, con niños y ancianos respirando sin aprensiones. Por otra parte, ni el más ancho cinturón verde, ni el favor de los cuatro vientos, ni el desagüe submarino más extenso, podrán jamás compensar el daño que provoca un proceso industrial mal llevado. La integridad sistémica del único planeta al que podemos echarle mano no funciona con patios traseros ni parcelas de lo indeseable. Zonificar el daño es guardar la basura bajo la alfombra, una basura tóxica que no deja de envenenarnos porque no la veamos. El ambiente libre de contaminación, que nos resguarda por derecho el artículo 19º de la Constitución, no funciona con distancias ni fronteras.
El problema de Quintero, Tiltil, Tocopilla, Coronel y tantos otros engendros espaciales que hemos producido no se resuelve trasladando a los monstruos lejos de las personas ni desperdigándolos por el territorio. Se soluciona transformándolos en bestias amigables, que puedan convivir con humanos en sus inmediaciones para que ellos sean los primeros fiscalizadores de una operación limpia. Imponer estándares de operación que aseguren la convivencia, certificar la viabilidad ambiental de un proyecto, no debiera apuntar a una menor calidad que el ser compatible con una buena vida. Desarrollo sustentable, integral y centrado en las personas.