Este año conmemoramos el bicentenario de nuestra independencia, siendo históricamente rigurosos, pero cualquiera sea la fecha, no significa mucho para el común de la gente, muy distinto a épocas pretéritas. Explicaciones hay varias y por las mismas los héroes patrios no se recuerdan y los progresistas los ridiculizan. Y eso que el episodio nos dejó uno muy ilustre y singular. Un hombre corriente en su tiempo y que cargó con una vida azarosa y hasta triste: Bernardo O'Higgins.
Nació oculto (Chillán), su madre no lo cargó en sus brazos ni alimentó. Desde entonces su vida fue incierta y errante durante los siguientes 20 años. Fue entregado en custodia y matriculado en distintos establecimientos (Chillán, Lima, Londres) y de 8 años pudo conocer esporádicamente a su madre, Isabel, y una media hermana, Rosa.
¿Por qué esta angustiosa existencia? Su padre, Ambrosio O'Higgins, como funcionario de la corona española no podía vincularse con residentes de su jurisdicción (intendente de Concepción, Gobernador de Chile y Virrey del Perú). En Cádiz, fue Nicolás de la Cruz quien lo envió a Londres y estudió en Richmond. Su progenitor envió su manutención, que le fue entregada por comerciantes londinenses.
Hasta su adolescencia fue introvertido, demasiado formal, disciplinado, muy dedicado a los estudios y destacó en todos los establecimientos en que estuvo. Londres fue importante en muchos sentidos, modificó algunos rasgos de personalidad y potenció otros. Hacia el final de su estadía, vivió momentos trágicos. Los comerciantes le negaron los recursos arguyendo falsamente que gastaba en entretenciones. Tuvo que solicitar ayuda y hasta vivir de allegado. Se sintió miserable, solo, luchando contra su timidez y orgullo.
¿Qué pensó de su vida? No había recibido el cariño de padres, esa seguridad y contención familiar. Son años que forjan la madurez emocional, la autoestima y personalidad. ¿Y el silencio eterno de su padre? Nunca lo vio ni respondió a carta suya. Mas su dolor fue enorme cuando De la Cruz le comunicó que su progenitor suspendía la mensualidad e instruía que fuera expulsado de la casa, por ser ingrato e incapaz de seguir una carrera.
Bernardo le escribió: "Amado padre y mi solo protector... No sé qué delito haya cometido para semejante castigo, ni sé en qué haya sido ingrato... al ver irritado a mi padre y protector confuso me he quedado. ¡Una puñalada no me fuera tan dolorosa! He quedado acobardado considerándome el último de los hombres y el más desgraciado". Corría 1801. ¿Se podría haber adivinado que de esa vida surgiría un héroe?
Es que en Londres conoció a un hombre importante y esencial: Francisco Miranda. Culto, gran militar venezolano, de prestigio y trayectoria notables. Fraguaba un proyecto libertador de Hispanoamérica, buscaba jóvenes de esos reinos para comprometerlos. Uno predilecto fue Bernardo. Vio en él inteligencia, resiliencia, carácter, corrección, capacidad de asumir deberes y honrarlos. Para Bernardo fue especial. Nunca alguien de modo paternal lo había valorado como persona, amén de trazarle un horizonte, un sentido trascendente, una misión y, más relevante, le había descubierto una identidad.
Su padre -que no conoció la carta-, al saber la verdad, se arrepintió de la injusticia y antes de morir reconoció la paternidad y le heredó su patrimonio. Con cuantiosos recursos, Bernardo podría haber llevado una vida tranquila y holgada. Pero no. Se reconocía "resuelto recluta de la doctrina" Miranda, y cuando llegó la hora -inicio de la invasión española, 1813-, se puso a las órdenes del general del Ejército patriota, José Miguel Carrera. Al poco tiempo, dirigiendo el asalto del Roble, demostró su talante de líder y convicción. El general lo llamó "benemérito, digno coronel", quien debía ser estimado "como el primer soldado del ejército...". Así nacía el héroe. Los compañeros hicieron propio su grito de guerra: "O vivir con honor o morir con gloria". Había confesado a un amigo "que antes de vencer a otros, se había vencido a sí mismo".