Arturo Vidal demoró apenas una semana para ganar un nuevo título en Europa, esta vez de la mano del Barcelona, demostrando que su estrella seguirá brillando intensamente. Su calidad y su carisma le han abierto las puertas de uno de los clubes más importantes del planeta, donde seguramente cosechará nuevos éxitos rodeado de varios de los más grandes jugadores del momento.
Reflexionará Vidal, seguramente, en que este mágico momento pudo ser coronado con una actuación mundialista que se vio frustrada en gran medida por sus propias culpas, en un proceso signado por las indisciplinas, polémicas y desencuentros que esta generación no supo sacudir para jugar una tercera Copa del Mundo consecutiva, que habría disipado las dudas en torno a si es Arturo el mejor jugador chileno de la historia.
En la cumbre del mundo, sabrá Vidal reflexionar sobre su carrera, sus objetivos y sus compromisos, que no siempre han estado a la altura de su talento. Y entenderá que a esta generación le queda una sola manera de remediar el desperdicio más grande jamás vivido por la Roja: clasificar a la próxima Copa del Mundo, desafiando otra vez a los años y los enojos. Cuando a comienzos de septiembre Reinaldo Rueda dé inicio al proceso que conducirá a la Copa América y las próximas clasificatorias, Vidal debería liderar un cambio que vuelva a integrarlos a todos, regenerando las confianzas.
Eso implica no sólo una dinámica de grupo distinta, alejada de las ambiciones generadas por su propio éxito, sino también una reflexión personal sobre los llantos que intentaron justificar, ante sus pares y la gente, actitudes que denunciaron su falta de madurez, de compromiso y de profesionalismo.
Pocos jugadores chilenos han compartido vestuario con más estrellas que Vidal. Los que podrían competirle están en esta misma generación. Y si debemos creer que la enseñanza en el fútbol se imparte en los camarines, con entrenadores y compañeros, lo de Arturo debe ser una maestría. Al igual que Alexis, uno de los pocos que puede comparar, por ejemplo, a Guardiola con Mourinho o a Wenger con Simeone, lo que, además de sus mediáticos romances, lo harán protagonista de una película.
Si tuviera que pagar por una entrada al cine, yo iría a la película del "Rey", porque mostraría, como varias obras maestras, esa delicada línea que separa al genio del demonio, al héroe del villano, al hombre que lucha contra sus fantasmas para lograr la redención. Pero en el cine, como en el fútbol, claro, cada uno elige lo que quiere.