El fútbol chileno de pronto es chacota y guasa.
Es una breve obrilla cómica de poca solera y estampa.
Y los espectadores de acuerdo a esa realidad hemos bajado la exigencia y rigor.
Nos conformamos con lo que vemos, poca cosa, pero es lo nuestro, nos pertenece y, claro, lo queremos, con sus rabias, decepciones y sobre todo con la risa. Lo sabemos ligero, volátil e inconsecuente. Es una broma.
Las instituciones y personajes, sus creencias y actitudes, son livianas y pasajeras.
"Capaz que termine animando un matinal", dijo Mauricio Pinilla hace un par de semanas. Lo dijo medio en broma, aunque reconoció un interés futuro en las comunicaciones y también en los negocios. Le recomendamos que descarte los negocios. ¿Lo del matinal? Capaz que sí.
A La Magia Azul, hace un año, le dijo otra cosa: "No hay ninguna oferta económica que me pueda sacar de la U". A lo mejor también lo dijo medio en broma.
Para el Mundial de Fútbol ocurrió un hecho excepcional, que a Pinigol, probablemente, le modificó su manera de ver las cosas.
Dos estrellas activas de Universidad de Chile y Colo Colo, el propio Pinilla y Jorge Valdivia, se convirtieron en comentaristas del Mundial por TVN, y fueron jugadores del plantel, con permiso para la salida, el pituto y el verso.
Se detectó en ambos alguna lesión, cierto lumbago o un tipo de dolencia inexacta, pero incómoda, para hacer más comprensible la autorización.
Así que nadie se alarmó, aunque la doble vida ponía en cuestión el profesionalismo chileno, tanto en el fútbol como en la televisión.
Ya lo dijo el gran crítico teatral Addison DeWitt: en televisión, la mayoría de las cosas no son más que pruebas.
Y en el fútbol nacional parece que también: Estadio Seguro, las sociedades anónimas, los juicios a Sergio Jadue, comprar un cabro venezolano, traer un viejo experimentado, otro DT argentino o salir con una marcación al hombre, por esta vez no más.
Renovar los ciclos y probar un conductor, reducir un horario y cambiar programas de franja, repetir teleseries o poner una nueva o sacar un vagón e intervenir el tren programático y fantasmal.
Y de repente, claro, resulta.
Con Pinilla, según dijeron los expertos, resultó.
Se le describió como maduro, sereno y reflexivo. Se lo elogió por inteligente y se le reconoció carisma, desplante, elegancia y un evidente ángel televisivo que le auguraba un futuro en la pantalla.
Incluso se dijo, y nadie lo desmintió, que Carlos Heller, propietario de Azul Azul y de Mega, le habría comentado que en ningún caso necesitaba buscar un canal, porque tenía el suyo. Capaz que lo haya dicho medio en broma.
Todo lo anterior no forma parte de ninguna gran obra y nada de lo anterior subirá al escenario o será recordado.
Son las partes de lo nuestro.
Somos una pieza mínima, jocosa y popular.