En medio de la discusión sobre la vivienda económica bien localizada, hay un concepto que tal vez ha pasado inadvertido: no será posible cumplir esta meta si no se logra procurar suelo no sujeto a la especulación del mundo inmobiliario. En las últimas décadas, la vivienda social ha sido ubicada siempre donde el terreno sea lo más barato posible, sin importar las consecuencias en la calidad de la vida familiar y colectiva, y por lo tanto ha estado condenada a localizarse lejos y mal, con mala conectividad, sin servicios, equipamiento o espacio público; pobre en oportunidades de trabajo y esparcimiento. Por otra parte, los sectores de ingresos medios no tienen más alternativa que aceptar lo que el mercado inmobiliario ofrezca, y, lamentablemente, ese mercado, gracias a instrumentos normativos absurdos e irresponsables, ha distorsionado la calidad, tamaño y costo de las viviendas disponibles. Mientras una vivienda social puede tener 50 m {+2} en un edificio de 4 pisos, un departamento inmobiliario puede tener 30 m {+2} o menos en uno de 30 pisos y 800 departamentos, de modo que hoy nos encontramos con la paradoja de que el mundo inmobiliario está más interesado en construir una vivienda inhabitable, para renta de terceros, que un lugar digno para el bienestar de sus eventuales habitantes. ¡El gremio está ofreciendo hoy una vivienda más precaria que una vivienda social!
Hay grandes terrenos disponibles en medio de la ciudad. Algunos son privados, como la Viña Macul, que desaparece para dar paso a una urbanización, o predios industriales que todavía existen a lo largo del antiguo ferrocarril de cintura y que eventualmente deberán trasladarse por razones ambientales o económicas. Otros son fiscales, como la Maestranza de Ferrocarriles, el ex aeropuerto Cerrillos, el campus Antumapu de la Universidad de Chile o el fundo La Platina, en La Pintana. De este último se acaba de aprobar su urbanización, con lo que se sumarán 270 hectáreas de ciudad bien conectada, pues limita con la autopista Acceso Sur y con la futura Línea 9 de Metro. Surge así la extraordinaria oportunidad de desarrollar un nuevo trozo de ciudad, diseñada con calidad ambiental y una diversidad tipológica de viviendas, barrios y espacios públicos que promuevan la integración social. El plan contempla la creación de un parque y un trazado que genera un conjunto de macrolotes que se venderán a gestores inmobiliarios para ser urbanizados uno por uno. Lamentablemente, esta manera de urbanizar (similar a la propuesta en el Parque Bicentenario de Cerrillos) no se fundamenta en una visión urbana con su respectivo proyecto de loteo y normas urbanísticas, sino que crea una suma de "poblaciones" inconexas que solo responden a los intereses de las empresas que compran y desarrollan cada uno de dichos macrolotes. Una manera mezquina de hacer ciudad; o más bien, lo mezquino es no hacerla, teniendo a nuestra disposición todos los medios, el conocimiento y la oportunidad.