Nada que ver con Shakespeare, ni con la reina usurpadora del trono de Escocia. La base de esta película es una novela rusa de 1865, titulada
Lady Macbeth del distrito de Mtsensk, escrita por Nikolai Leskov, que usó como referencia a la mujer de Macbeth, porque quizá no conocía la mucho más similar
Madame Bovary, de Flaubert, escrita nueve años antes.
La novela de Leskov fue convertida en una ópera por Dimitri Shostakovich en 1934, y una devastadora crítica anónima (pero escrita por el propio Stalin) publicada en
Pravda acabó con su difusión y con la tranquilidad de Shostakovich.
Solo volvió a ser representada en la URSS en los 60. En 1962, el cineasta polaco Andrzej Wajda retomó la novela en una tenebrosa y memorable versión,
Lady Macbeth de Siberia.
William Oldroyd, director de teatro inglés que ha debutado en el cine con esta versión, trasladó la historia al norte rural de Inglaterra y convirtió a Katerina Izmáilova en Katherine Lester (Florence Pugh), una joven que ha sido comprada por el viejo comerciante Boris (Christopher Fairbank) para casarse con su hijo Alexander (Paul Hilton), que detesta tanto a su padre como a su adquisición y no pretende cumplir con el afán de tener descendencia.
Katherine está sometida a un régimen tiránico -el patriarcado del siglo XIX no era menos que eso en el mundo rural- y condenada a la soledad, o, aun peor, a la desequilibrada compañía de su criada negra Anna (Naomi Ackie), esclavizada por los Lester, su condición social, su educación, su raza y, desde luego, la misma Katherine.
Durante un viaje largo del padre y el hijo, Katherine descubre cómo escapar del tedio: el mozo del establo Sebastien (Cosmo Jarvis), con quien inicia una fogosa relación que no se preocupa de esconder. La tragedia está lanzada, como un juego con dados cargados. Bastará que regresen un día el suegro y otro, el marido.
Oldroyd filma con planos fijos, largos, a menudo simétricos, que transmiten un orden rectilíneo, como el que imponen los Lester. Lo curioso -esta es la cuota de complejidad de la puesta en escena- es que Katherine no se ve incómoda en ese orden. No se rebela notoriamente contra él. Su problema está en otra parte. En cierto modo, el orden le es propicio, solo que para mandar, no para ser mandada.
Esta manera de filmar deposita el peso en los actores. Aquí, en especial, en Florence Pugh y Naomi Ackie, desde que Katherine y Anna representan los verdaderos antagonismos, como polos de una escala social vertical. Los personajes masculinos son borrosos, imprecisos, vacilantes: forman el decorado sobre el cual estas dos mujeres deben enfrentarse. Más difícil aún, sus personajes no están construidos de palabras, sino de silencios. En una película con cierta deriva academicista, el magnífico triunfo de estas actrices le confiere ese aire espeso, traicionero y tétrico, que es su mayor virtud.
Lady Macbeth
Dirección:
William Oldroyd.
Con: Florence Pugh, Cosmo Jarvis,
Paul Hilton, Christopher Fairbank, Naomi Ackie,
Golda Rosheuvel, Anton Palmer.
89 minutos.