Por supuesto que alguien como Neymar, tan técnico, vivaz y simulador, se lo puede pasar no las veces que quiera, pero la mayoría.
El brasileño es el tipo de jugador que hace bailar a gente como Marouane Fellaini, le quiebra la cintura y le revuelve el estómago al mediocampista belga de 30 años y con contrato en el Manchester United, donde es resistido porque carece de virtudes notorias y digamos que no tiene la velocidad de Kun Agüero ni el ángel de Iniesta ni la técnica de Lionel Messi, pero tampoco hay que llegar tan alto: la de Isco, y con eso estamos.
En el escaparate del fútbol y bajo el foco y los aplausos, primero las estrellas brillantes que encandilan: Cristiano Ronaldo, Luisito Suárez y también Chicharito o Falcao.
Hay otros que también son estrellas, pero grises y opacas, y por tanto, no deslumbran ni hipnotizan.
En un duelo entre dos que a nadie le queda duda: Salah se pasa a Fellaini, Mané lo deja atrás, Gabriel Jesús se le va en carrera y James Rodríguez le hace un túnel. Dos si quieren.
Pero el fútbol, claro, no se juega así y no es tan simple.
En el fútbol, la cancha es un horizonte enorme y en su interior hay espacios invisibles, túneles secretos y zonas pantanosas, y esos lugares alguien debe cubrirlos y sacrificarse, porque quedarán en evidencia sus faltas, lentitud y carencias.
La misión consiste en ir a la pesca sin carnada. Es difícil.
Cubre, protege, salta, mueve los brazos y cansa a los rivales con lo que tiene: metro 94 centímetros y flaco, pelo crespo y teñido de dorado, barba de media semana.
Lo otro que hace es cabecear, tanto para defender como para empatar. Entró a los 64 y a los 74 minutos hizo lo suyo con la frente y puso el 2 a 2 con Japón. Y después vino el triunfo.
Pero su misión principal -lo del gol fue un extra- es amenazar con la presencia, espantar con el aullido, amedrentar con la posición y nunca dejar de estorbar a los rivales, es decir: molerle la pared, puntearle el pase, pellizcarle la pelota y que jamás estén tranquilos.
¿Qué sientan el aliento en la espalda? Bueno.
¿Qué escuchen venir sus pasos llenos de huesos y estoperoles? Bueno, también.
Que se lo pasen con dificultad, porque eso permite que llegue un defensor.
Que se lo lleven en velocidad, para que el central logre un segundo precioso.
Que corra de lado como si fuera parabrisas, para morder, encerrar y pensar, acaso.
Herir un centro, rasmillar un tiro al arco y romper una jugada contraria.
El mediocampista belga enfrenta dragones, espanta fantasmas y persigue a las apariciones.
Y todas ellas desaparecieron de Rusia 2018.
Se esfumaron Neymar, Messi, Jesús, Agüero, Iniesta, Cristiano, James, Suárez, Mané, Salah, Chicharito y Falcao, entre otros.
¿Quién queda vivo?
Fellaini.