Esta es nuestra hora insigne y manifiesta.
Entonces, cuando aparecen Jorge Sampaoli y Sebastián Beccacece, después de tragarse el empate helado frente a Islandia, son lo que imaginamos: una pareja salida de una película de Quentin Tarantino, personajes menores y no más que laterales volantes en la gran historia del fútbol chileno, que no está donde debería: en el Mundial de Rusia.
Esa es la razón de nuestra pica y por eso estamos donde estamos: en un limbo y en un atalaya, quizás observando desde un faro al pequeñajo y al chascón, ambiciosos como los has de ver, firmando con el codo y borrando con el codo los contratos, exprimiendo a la selección gracias al falso Midas, que lo que tocaba no lo convertía en oro, sino que era para él y no solo para él.
En el partido señalado, Argentina se enreda y empata, y viene Croacia, y son estas las mejores horas para el picado, que está sin angustias ni preocupaciones ni úlceras perforadas ni nada irritante.
Todo lo contario a los argentinos o a los marroquíes o a los de Arabia Saudita que padecen a Juan Antonio Pizzi.
¿Por qué no nos preguntaron?
Es cierto que no fue el único y tampoco el primer responsable de nuestra eliminación, porque para eso están los jugadores y la directiva que lo trajo, pero si el desastre de Arabia Saudita sigue viento en popa, se demuestra lo malo que es Pizzi, y no los jugadores chilenos que dirigió ni tampoco los chilenos que lo contrataron.
Fue el error, el espejismo y lo que nos hundió.
Los picados necesitan consuelo y esperanza: Pizzi es el gran malo y hay aliento y patente de corso para hacer pebre cuchareado su nombre.
Su próximo rival es Uruguay, y si reciben una receta similar, una cosa te digo, Macanudo: ni Alá con su inmensa generosidad te salva.
Somos los picados y estamos felices por estos días, donde la buena estrella de Pizzi se convierte en asteroide negro. Que se hiele su mirada y parpadee de tristeza. Queremos que sufra.
Después de la estrecha derrota con Dinamarca, perdón ¿con quién les toca a los hermanos del Perú? Tampoco queremos cantar la Marsellesa, pero Francia, por cierto, también es hermana.
Es que estamos con todos y con ninguno.
Tranquilos en un limbo donde ya no sufrimos: nadie nos gana a última hora y tampoco nos cobran penales inexistentes. Estamos más allá del Mundial y de esas pasiones humanas. Flotamos en la nube de los picados y nuestra alma es un dron: miramos de lejos, criticamos por criticar y hasta nos divierten las injusticias.
A veces con uno y a veces con otro, según se vayan dando las cosas y los sentimientos.
Con la frivolidad de Nerón, la crueldad de Calígula y el saber estar de Julio César.
Desde el cielo de los picados dominamos el imperio de los sentidos.