Es patente que en Chile, de manera poderosa y en múltiples ámbitos, grupos de mujeres, que dicen representar a la mujer chilena, plantean a la sociedad en su conjunto, y en particular a las instituciones de que forman parte, exigencias nuevas relativas al cese inmediato de situaciones de desigualdad, discriminación y dominación masculina en vastos planos.
Este potente movimiento social no es exclusivo de Chile, y algunos (particularmente hombres) sostienen que es una imitación o contagio de un fenómeno global que empezó en otras partes. Me parece un dato irrelevante cuál sea su origen geográfico. Está actuando aquí.
Otros (también mayoritariamente hombres) piensan que es parte de un ciclo que, después de una fase de mayor intensidad, se disipará sin dejar mayores rastros. Es una conjetura temeraria que no se basa en ninguna evidencia cierta. Al contrario, esta movilización tiene bastante vigor y, lejos de mermar, crece día a día.
Los hombres, a la hora de opinar, se perciben ante el dilema de tomar una posición obsecuente, fácil, políticamente correcta, de adhesión a una causa que manifiestamente tiene numerosos puntos verdaderos, reivindicaciones justas y necesarias, o, en el otro lado del dilema, realizar una serie de advertencias, reparos y objeciones que son razonables, pero que en los hechos parecen darles la razón a quienes participan y empujan este movimiento, porque pueden considerarse, y en una buena medida lo son, una reacción defensiva del mundo masculino amenazado.
Lo que yo observo es un movimiento sin la debida conducción interna. Las distintas personas que han liderado el proceso hasta ahora se basan en un discurso superficial, poco reflexivo, una suerte de catecismo feminista más bien rudimentario.
El feminismo es actualmente, en la literatura, una tradición de pensamiento compleja y doctrinariamente sólida, pero con varias líneas que parten de diagnósticos y fundamentos distintos, y con propuestas de cambio social de alcances muy diversos.
En Chile, y esto es extraordinariamente relevante para mí, existen intelectuales muy valiosas que vienen reflexionando este problema social desde hace tiempo, conocen los componentes que lo diferencian localmente, sus complejos orígenes y estribaciones. No han permanecido en silencio y he leído entrevistas y textos que iluminan dimensiones esenciales de lo que está pasando. Sin embargo, su intervención no ha tenido la difusión suficiente, y, lo que es más inquietante, no ha tenido repercusión visible en el movimiento mismo. El pensamiento existe, pero permanece externo a este, no lo permea ni, por ende, le da profundidad y orientación.
El cambio cultural que se exige es de primera importancia, pero es insensato pensar que se van a lograr transformaciones de modos de pensar y actuar atávicos a través de acciones puntuales impuestas más que consensuadas ni institucionalizadas, y, sobre todo, sin una conducción lúcida, reflexiva y madura.