El Sebastián Piñera de la Cuenta Pública fue muy diferente al Sebastián Piñera de hace ocho años. Si bien tuvo palabras duras para el gobierno anterior y sus esfuerzos refundacionales, al final lo que primó fue una visión amable e inclusiva del mundo. El Presidente parece haber evolucionado desde posiciones conservadoras hacia posturas más amplias y tolerantes, posiciones en las que conviven la solidaridad y el mercado, en las que ya no prima el economicismo.
El énfasis dado a los temas de género y del medio ambiente, el uso repetido de la palabra "solidaridad", la promoción de los acuerdos de unidad, la decisión de no rebajar el impuesto a las empresas, y la eliminación del CAE y de la Ley Reservada del Cobre sugieren que este gobierno está tomando una ruta muy diferente a la de la anterior administración Piñera. Se perfila como un gobierno más de centro, más humano, más comprensivo.
¿Estamos ante un cambio genuino, nacido de nuevas convicciones, o se trata de una transformación puramente oportunista, que responde a un cálculo electoral?
Para algunos analistas, como el rector Carlos Peña, estaríamos frente a un oportunismo rampante. Según esta visión, los políticos solo pueden cambiar de opinión si hay cambios muy profundos en la realidad. Lo demás es fuegos de artificio, aprovechamiento circunstancial, populismo puro. Para Peña no es evidente que estos cambios hayan sucedido, o que justifiquen una nueva visión por parte de Piñera. Peña y sus múltiples seguidores dudan de que el Presidente apoye genuinamente las causas feministas y medioambientalistas.
Esta posición, crítica a ultranza, es cuestionable desde un punto de vista metodológico, y no responde a los avances modernos en la teoría de las decisiones. Por ejemplo, contradice la nueva teoría de "identity economics" del Premio Nobel, y profesor de Berkeley, George Akerlof.
Akerlof plantea que no hay un conjunto inalterable de preferencias, como habían sugerido otros premios Nobel, los profesores de Chicago Gary Becker y George Stigler. Al contrario, para Akerlof, las preferencias son elásticas, y pueden cambiar en la medida en que el individuo cambia su entorno. Cada persona tendría una "federación" de preferencias, cada una de ellas correspondiente a cada una de sus "identidades".
Me imagino -y esta es tan solo una suposición- que la interacción de Piñera con gente con una visión amplia, cosmopolita y moderna, como el asesor del "segundo piso" Mauricio Rojas, puede influenciar el prisma a través del que ve el mundo. También es claro que la cercanía de Felipe Kast, y su enfoque de "los niños primero en la fila", han impactado al Presidente y sus políticas.
Pero esto no es todo. En los últimos años ha habido en Chile nueva información que justifica plenamente cambios de opinión respecto de qué políticas públicas son las mejores para el país. Por ejemplo, ahora tenemos evidencia indiscutible sobre el mal actuar de la Iglesia Católica chilena, con su multitud de abusos, encubrimientos y falta de caridad con las víctimas. Es perfectamente entendible que esto lleve a creyentes -como Piñera- a cambiar de opinión sobre la bondad de seguir a pie juntillas algunas de las enseñanzas y prácticas morales de la Iglesia. Esto es especialmente cierto en relación con su visión tradicional sobre la sexualidad.
También hay nueva información sobre la magnitud de la violencia psicológica y verbal en contra de las mujeres. El ejemplo más obvio es el comentario sobre "ordeñar" a una mujer joven que daba un examen oral en la Escuela de Derecho de la PUC.
Es difícil pensar que alguien pueda quedar indiferente frente a estos hechos. Lo lógico -y no lo extravagante- es internalizarlos y, sobre la base de ellos, cambiar de opinión sobre el tipo de políticas que Chile necesita.
Una pregunta clave es si las palabras de Piñera respecto del gobierno anterior afectarán la voluntad de los parlamentarios de oposición para cooperar con su gobierno. Desde luego, es comprensible que se encuentren molestos. Pero es importante que superen esa desazón, y estén dispuestos a negociar de buena fe, a avanzar en aquello que mejorará al país, en construir una nación más amable, más tolerante, más inclusiva y más igualitaria.
Dicen que "por sus obras los conoceréis". Será, entonces, el propio Gobierno el que nos señalará -con su actuar, sus políticas y sus palabras- si el 1 de junio vimos a un nuevo Piñera, o si, por el contrario, no se trató de otra cosa que de un acto de profundo oportunismo.