Se celebra el Día del Patrimonio Cultural de Chile, una ocasión festiva, cada vez más exitosa y popular, en que miles de familias se acercan a monumentos y edificios notables para gozar con la belleza y comprender mejor quiénes somos como pueblo. Debemos recordar, sin embargo, que el patrimonio de una nación no es solamente lo edificado o siquiera lo tangible: constituyen nuestro acervo todas las expresiones colectivas, idiosincrásicas, surgidas de las más diversas circunstancias geográficas o históricas; algunas persistentes en el tiempo y transversales al territorio, otras tímidas, fugaces y locales. Es patrimonio un objeto vinculado a nuestros próceres, tanto como un magnífico palacio; un baile, una canción, una artesanía o un plato típico; tanto como un lugar que nos recuerde alguna tragedia de relevancia histórica.
Según la propia definición de la Unesco, cuyos tratados Chile ha suscrito plenamente, "se entiende por patrimonio cultural inmaterial los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas -junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y, en algunos casos, los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad, y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana". Es importante este párrafo para comprender también que "patrimonio cultural" no es solo aquello denominado como digno de atención desde el rigor de la academia, sino también lo identificado de manera espontánea por las sensibilidades populares.
El Día del Patrimonio fue instaurado en 1999 por el Consejo de Monumentos Nacionales, respondiendo así a un creciente interés por un debate sobre nuestro acervo. Hoy, en que al fin contamos con un Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, una de cuyas subsecretarías está dedicada exclusivamente a las dimensiones del patrimonio cultural, nos enfrentamos a un escenario lleno de esperanzas y posibilidades. Esta nueva institucionalidad amplía el reconocimiento de la diversidad cultural del país -a través de sus territorios y comunidades-, de las prácticas culturales y la plena participación colectiva en su discusión y materialización.