Tengo a mi alcance dos libros que muestran alternativas de lo que podría ser el relato chileno actual: tradicional e intimista o desafiante y posmoderno. Uno se sumerge en la realidad subjetiva con la suavidad engañosa que a veces puede asumir el dolor; el otro nos empuja con fuerza insolente a un mundo que se extiende fuera y lejano de nosotros. Pero a pesar de sus distintas miradas y temple de ánimo, ambos presentan las consecuencias o las ausencias provocadas por el amor.
El sueño del lago y otros cuentos, de María Teresa Herreros, está formado por una serie de breves escenas de carácter predominantemente descriptivo que desafían su propio título. Más que cuentos, son pinceladas, pequeños cuadros en lento movimiento dibujados por voces melancólicas y nostálgicas que buscan establecer enlaces entre un presente de ausencias y un pasado que por lo general las justifica de manera dolorosa. La mujer que nos habla en la viñeta que inaugura el volumen anhela descubrir, oculta entre las páginas de un libro, la prueba que al comprobar su certeza destruiría el carácter ensoñado de un antiguo amor. Pero no sabemos si finalmente la encontrará. Las experiencias del pasado, ya pertenezcan a la voz narrativa o a los personajes que atisbamos en este mundo de evanescencias, nunca se exhiben inequívocas; siempre aparecen implícitas, sugeridas, musitadas a medida que corre la pluma que las evoca por escrito. No nos extraña, entonces, que a veces puedan lindar con lo mágico o lo maravilloso ("Silenciosamente"; "Icono") y que el estilo que las reproduce manifieste también su intimidad en el uso de íconos igualmente subjetivos: colores, objetos, preferencias estéticas que adornan una privacidad que algunas personas pudieran considerar tradicionalmente romántica y femenina.
"Díganme iluso porque aún creo en el amor", afirma el narrador de
Origami (Mauricio Palazzo, 1973) antes de relatarnos las experiencias que el autor vivió en Japón acompañando a Marie Wanibe, su pareja de nacionalidad japonesa con la que contraería matrimonio antes de regresar a Chile. Este narrador no desperdicia su tiempo utilizando insinuaciones o perífrasis. La expresión directa y desenfadada del discurso posmoderno ha reemplazado a la manera romántica y tradicional con que el sentimiento amoroso es descrito en
El sueño del lago: "Ella dice a veces que en ese viaje peleamos harto. Yo recuerdo que tiramos un montón". Pero hay una diferencia mayor: el intimismo como estilo favorecido para hablar del amor ha cedido su lugar a la narración apelativa, de propósito más dominante y a la vez de mayor poder de convencimiento. El narrador de Origami la utiliza para convencernos de las pellejerías que tuvo que vivir durante el tiempo que permaneció en Japón, como novio primero y después esposo de Marie. La figura de la muchacha casi desaparece del discurso porque Mauricio nos quiere hablar de su aislamiento lingüístico -pues al parecer ni siquiera con Marie era capaz de comunicarse satisfactoriamente- y también de su condición de ilegal en un país desconocido y, sobre todo, en una cultura de radicales diferencias con la nuestra, donde Mauricio debe desempeñar lo más insólitos trabajos para poder sobrevivir. Su relato, paródico, ágil, de un ritmo narrativo que nunca decae, divertido a veces hasta provocarnos risa, descubre la imagen de un Japón ignorado por los lectores chilenos. Un país que se esconde bajo el éxito hipertecnológico y económico: esclavista, deshumanizado, moral y materialmente sucio, arrebatado en un incontrolable proceso de decadencia social. La imagen del verdadero Japón dibujada en las palabras de una de sus amigas: "Cuando aprendas japonés, verás que hablan las mismas estupideces que todo el mundo".
"...Entre la historia y la leyenda, elige siempre la leyenda", advierte Mauricio al finalizar su discurso. A la postre, ambos relatos nos interesan porque son dos formas de ficción que ofrecen dos modos diferentes de representar un tema. Cada lector decidirá cuál prefiere.