Ya lo decía Henry James: "Hay tres cosas importantes en la vida. La primera es ser amable. La segunda es ser amable. Y la tercera es ser amable". Así que no sé por qué hago esto. Podría escribir acerca de
El hilo fantasma, la película de Paul T. Anderson; o de
La materia de este mundo, la antología de poemas de Sharon Olds que publicó hace tiempo Gog&Magog; o de
El funambulista, de Jean Genet; todas obras sobresalientes con las que me regocijé estos días. Pero no. Vengo a hablar mal. Además, este texto está repleto de
spoilers, y no ofrece conclusiones sino desconcierto. Invertí muchas horas de mi vida mirando la serie de televisión más burda que haya visto jamás. Se llama
La casa de papel, como todos saben es española y narra el atraco a la Casa de la Moneda de Madrid llevado a cabo por una banda que toma a varios rehenes, se encierra con ellos y, a lo largo de días, imprime casi mil millones de euros para luego fugarse a través de un túnel.
Los capítulos están recorridos por una voz en
off cuyas funciones son a) narrar lo que sucede al mismo tiempo en que sucede (lo que la vuelve innecesaria); b) narrar situaciones que no puede conocer puesto que no las ha presenciado (lo que la vuelve un disparate); c) lanzar frases sentenciosas anticipando catástrofes que nunca sobrevienen (diciendo, por ejemplo, "Y ese fue el comienzo del fin" cada media hora, de modo que "el comienzo del fin" no sobreviene nunca). Hay muy obvios "homenajes" a películas de Tarantino, no tan obvios "préstamos" de películas como
El caso Tomas Brown, y el nivel de actuación, protoescolar salvo por la actriz que interpreta a la delincuente apodada Nairobi, consiste en un abanico de dos expresiones: mirada altiva-mentón alzado; mirada rabiosa-mentón al pecho.
Suceden cosas tan payasescas como un acto de sexo desenfrenado dentro de una caja fuerte entre uno de los miembros de la banda y una rehén embarazada que acaba de recibir horas antes un disparo en la pierna por parte del mismo miembro de la banda con el que está teniendo sexo desenfrenado. Se ven cosas tan grotescas como muertos que respiran y parpadean ostensiblemente. Se proponen como verosímiles situaciones irrisorias, por ejemplo que los rehenes acepten colaborar con la banda a cambio de recibir, luego de la fuga, un millón de euros ¡por correo! ("Hola, señor exrehén, vengo de Fedex. Aquí tiene un millón de euros.
¿Me firma el recibo?"). Pero, noche tras noche, ahí estaba yo enganchada a Netflix, partiéndome de indignación ante cada cabo suelto, dando alaridos de ira ante cada torpeza de la trama. La segunda temporada la vi aún más rápido que la primera, montada a una ola de irritación adictiva. En el final (un reencuentro romántico con Budas y pagodas de fondo, en una isla filipina -país católico por antonomasia- llamada Palawan, donde la aplastante mayoría es musulmana, con lo cual Buda y las pagodas no tienen nada que hacer ahí), grité enardecida: "¡Se creen que la gente es idiota!". Hay un artículo
-Enjoying trash films:
Underlying features, viewing stances, and experiential response dimensions, de Keyvan Sarkhosh y Winfried Menninghaus- que dice que "la mayoría de los fanáticos de las películas malas parecen ser "omnívoros culturales" bien educados, y conciben su preferencia por este tipo de contenidos en términos de una postura de visión irónica". Según el artículo, si uno disfruta de estas cosas, puede considerarse afortunado, puesto que no ha caído en el "esnobismo que desprecia (...) las formas de cultura popular". Yo no desprecio la cultura popular. He defendido aquí mismo lo que suele llamarse "mala literatura". Sin embargo, no miré
La casa de papel desde una "visión irónica".
Lo mío fue ese placer asqueroso que surge al rascarse muchísimo una roncha. No hay ironía en eso, sino un éxtasis dañino. Esta serie tiene serios problemas de guion, torpezas épicas en la trama, incoherencias que solo pueden comprenderse si es que fueron escritas bajo el amparo de la idea "Hagámoslo, total nadie se va a dar cuenta". Pero todo lo disfraza con engañoso maquillaje de "calidad": escenas de acción bien filmadas, un gran
tempo, un buen montaje. El otro día me preguntaban por las
fake news, las noticias falsas.
Dije lo que siempre he creído: que no hay que menospreciar a los lectores; que la gente se da cuenta. Que el maquillaje no importa.
La casa de papel es la serie más vista en idioma español en la historia de Netflix. La historia de Netflix es corta y se está escribiendo ahora, en nuestro tiempo. Estoy más o menos segura de que la enorme mayoría de la gente no mira esta serie con el éxtasis dañino de quien se rasca una roncha. No hay conclusiones. Solo preguntas. ¿Eso dónde nos deja? ¿Eso qué quiere decir?