Mayo del primer año de un nuevo gobierno: una planicie. Una planicie para instalarse y mirar con amplitud hacia el horizonte del 2020 -elecciones municipales- y del 2021, cuando tendrán lugar todas las demás.
Es el momento adecuado para pensar más allá de las disputas diarias entre el Gobierno y la oposición, más allá de las peleas por esas platas, por este protocolo o por aquellas declaraciones. Y con esa perspectiva, lo que se percibe es una interesante carrera de tres tendencias que van configurándose tal y como hemos previsto y deseado que suceda.
Por una parte, los conservadores, quienes llevan una clara ventaja desde que José Antonio Kast decidiera abandonar su partido, iniciara una audaz y exitosa carrera presidencial y, consiguientemente, fundara un movimiento.
Por otra, los liberales, beneficiados por aquello que se llama "el impulso de los tiempos" (aunque los tiempos pasan rápido y nada tienen que ver con el bien y el mal, conceptos completamente atemporales) pero entrampados, al no poder obviar los problemas de individualismo (era que no) que les impiden la confluencia en un solo partido.
Y, finalmente, los socialcristianos , last but not least , quienes podrían dar la gran sorpresa si logran configurarse adecuadamente. Por ahora, son solo una federación de grupos y personas, lo que les otorga la ventaja del ser y no ser, pero los coloca, al mismo tiempo, en la típica posición de ambigüedad que desde hace 60 años se les viene criticando.
Por eso, porque los socialcristianos tienen que lograr desvanecer la desconfianza que recae siempre sobre todo planteamiento que se expresa en un "si bien es cierto, no es menos cierto que...", la tarea que tienen por delante debe centrarse en cuatro ejes decisivos.
Es necesario que clarifiquen su ideario y formulen con toda precisión qué significa hoy el socialcristianismo en la democracia, en la empresa, en la familia y en las dimensiones públicas de la cultura y de la moral. Deben también aclarar si quienes militan hoy en otros partidos -Chahuán, Schalper, Sabag y otros- están o no disponibles para confluir en una nueva colectividad, iniciativa indispensable para poder presentar candidatos en todas las próximas instancias. A eso se suma que haya quienes quieran asumir una eventual candidatura presidencial, cosa que ni Soledad Alvear, ni Mariana Aylwin, ni el mismo Francisco Chahuán tendrían por qué mirar con malos ojos. (La distancia que Ossandón ha tomado respecto del socialcristianismo es muy significativa: lo suyo es mucho más una apuesta pragmática que un ideal doctrinario.) Por último, que comprendan que o logran conectar con las bases históricas y afectivas de la Democracia Cristiana, hoy tan alejadas, o el proyecto socialcristiano desgraciadamente morirá.
¿Y cómo se perciben en la UDI y en RN los avances paralelos de conservadores, liberales y socialcristianos? ¿Están tranquilos porque disfrutan del placentero poder o han comenzado a trepidar cuando intuyen que su falta de mística les pasará la cuenta más temprano que tarde?
No lo sé.
Probablemente haya en aquellas colectividades dosis de lo uno y de lo otro. Algunas de las señales más interesantes serán -justamente después de los meses en los que transitemos por esta planicie- las decisiones que algunos de sus parlamentarios y dirigentes vayan tomando: quedarse en sus actuales partidos o realinearse en alguno de los nuevos proyectos.
Hoy parece que los actores de la política chilena estuviesen corriendo en una superficie plana, pero como siempre sucede con las grandes vueltas del ciclismo, las más exigentes ascensiones a la montaña están apenas unos kilómetros más adelante.