Que la derecha sea moderna, que potencie al máximo la autonomía, y que le haga caso a la gente, para lograr así consolidarse en el futuro. Esos son los tres lugares comunes que se difunden desde la derecha liberal.
¿Quiénes los proclaman?
Por partes, o asumiendo la totalidad, lo hacen el rector de la Universidad Adolfo Ibáñez (qué tiempos aquellos, en que era una corporación de inspiración cristiana), el director del CEP, parte importante de la bancada de RN, el líder de la disidencia en la UDI, todo Evópoli, destacados personeros del Gobierno (incluyendo algunas afirmaciones de la Primera Dama), el vocero de los darwinistas y uno que otro investigador de la Fundación para el Progreso. No faltan, por cierto, los columnistas ni los comunicadores que, sin ser liberales, suman sus esfuerzos por consolidar a la derecha libertaria en esa posición: buenas razones tendrán para vincularla con la modernidad, con la autonomía y con las encuestas.
Hace años que venimos insistiendo en que ojalá esa derecha pueda unirse en un solo partido y con una sola inspiración. Eso facilitaría mucho la confrontación de ideas y de proyectos. Haría imprescindible que un solo conglomerado liberal tuviese que pronunciarse sobre dos cuestiones fundamentales, que hoy sus diversos voceros pueden eludir con facilidad.
Por una parte, los problemas doctrinarios.
Cuando los liberales insisten en la modernidad, ¿no son conscientes de que lo moderno es algo siempre transitorio, que varía de día en día, y que solo lo humano es lo permanente? Cuando los liberales exacerban la autonomía, ¿cómo justifican los malos resultados de muchas decisiones humanas que se han tomado invocando una completa irresponsabilidad? Cuando los liberales pretenden guiarse solo por lo que pide la gente, ¿cómo validan la afiliación a asociaciones o partidos que han definido un ideario previo?
Pero mucho más difíciles de asimilar para los partidarios de la modernidad, de la autonomía y de las encuestas, son los datos que está entregando la realidad chilena.
El consumo de marihuana subió del 22,5% al 45,4% en los cuartos medios, desde el 2001 al 2015, mientras la percepción de riesgo bajó del 51,3% al 21,5%; los casos de sida han aumentado un 96% entre el 2010 y el 2017 y se considera al contagio "fuera de control"; los hijos nacidos fuera del matrimonio el 2016 fueron el 73% del total de las nuevas vidas; las denuncias por violencia intrafamiliar alcanzaron el 2016 el pavoroso número de 93.542 y los divorcios llegaron ese mismo año a 48.608; las cifras de embarazo adolescente son también impresionantes, ya que se registraron 22.349 durante 2016, mil de los cuales corresponden a menores de 15 años. Y todavía nos queda por sumar el peor de los dramas, los abortos "legales", de cuya magnitud estadística tendremos noticia en unos meses, cuando se cumpla el primer año de vigencia de la normativa.
Sería injusto afirmar que los liberales de derecha están felices con las cifras mencionadas, porque supuestamente ellas reflejarían la modernidad, la autonomía y lo que pide la gente. Dudo que entre los que promueven políticas libertarias haya quienes se alegren con esos índices.
Pero el problema no es cómo reaccionan frente al desastre ya en curso, sino por qué los liberales siguen planteándose hacia delante con total indolencia. ¿Por qué les cuesta tanto reconocer que la evidencia demuestra, en todos los frentes, que sus afanes de modernidad y de autonomía suelen terminar en múltiples desastres, en vidas destrozadas, en sociedades muy infelices?
La disputa decisiva en la derecha será en los próximos años entre un proyecto de vida buena y un afán de autonomía plena.