Desde hace cinco años el Papa viene insistiendo en la necesidad de una "Iglesia en salida", una Iglesia que se la juegue, aunque corra el riesgo de cometer errores. Muchos de sus críticos están ahora sonriendo: "que con su pan se lo coma", dicen por lo bajo. Porque, efectivamente, el Papa esta vez no acertó: "he incurrido en graves equivocaciones de valoración y percepción de la situación", señala en su carta a los obispos. ¿Deberá cambiar su estilo y ser mucho más cauto en el futuro? Imposible: sería tanto como pedirle peras al olmo. Además, no creo que constituya una buena idea en alguien que, como él, acaba de escribir un solemne documento para recordar que en la vida de los santos no todo es auténtico o perfecto, y que más bien se trata de imitar en parte ese ideal que se llama Jesucristo.
La gente no pide del Papa que sea perfecto ni tampoco que tome todas las seguridades. Pienso que prefiere a una persona que se meta en las patas de los caballos, que haga en cada caso lo que considera justo. Y si tiene que rectificar, que pida perdón de manera clara e inequívoca, como acaba de hacerlo esta semana. ¿Qué pasaría en nuestro país si fueran muchos los profesores, parlamentarios, ministros, rectores y demás gente importante que adoptaran una actitud semejante y empezaran a reconocer sus errores con toda claridad? Me parece que tendríamos una convivencia más sana.
La carta del Papa destila pena, pero no se queda en lamentaciones. De partida, ha citado a todos los obispos chilenos a Roma. Algunos creen que tendrá una guillotina instalada en la Plaza de San Pedro, para cortar muchas cabezas. Al margen de lo que resulte, se equivocan.
Ciertamente su medida es muy excepcional, pero, más allá de ciertos cambios, que resultan indispensables, esta convocatoria tiene dos explicaciones muy diferentes de la supuesta degollina. La primera es que Francisco ha repetido mil veces que los obispos deben aprender a no derivar a Roma las papas calientes. Han de tener el valor de resolverlas ellos, aunque a veces fallen. Él ha pensado en determinadas medidas, pero antes de adoptarlas quiere discutirlas con ellos, involucrarlos. De lo contrario persistirá la tendencia a la irresponsabilidad, que es una de las causas de la crisis que estamos viviendo. Porque en el doloroso caso de los abusos, parte importante del problema consiste en que mucha gente se lavó las manos.
La segunda causa de la convocatoria resulta, a primera vista, sorprendente: parece querer mostrarles que confía en ellos. Por eso los invita a ser parte de un proceso, necesario y doloroso, que comienza por ellos mismos.
Como en otras ocasiones, Francisco insiste en su carta en que lo fundamental son las personas. En estos casos, que provocan "dolor y vergüenza", han primado muchas veces las defensas corporativas, la preocupación por el buen nombre de la Iglesia, la mantención de un prestigio humano. Se ha perdido de vista que ella existe para servir a las personas, comenzando por los más débiles. ¿Y qué señal mayor de debilidad que ser víctima de un abuso, particularmente cuando se es menor de edad? Ellas, y no los "universales", son lo relevante.
Especial importancia tiene, al menos para el creyente, una frase que ha pasado desatendida: para preparar el encuentro de mayo, "sería oportuno poner a la Iglesia de Chile en estado de oración". La afirmación de Francisco es importante, porque hasta ahora este problema parece afectar al Papa, los obispos, los delincuentes y las víctimas, mientras el resto tomamos palco y comentamos lo que está pasando. En cambio, la expresión papal me recuerda las palabras de Jesús, cuando dice que hay ciertos demonios que sólo pueden ser expulsados "con oración y ayuno". Aquí no se trata solo del demonio de la pedofilia y el abuso de autoridad, sino de una invasión de malos espíritus. La historia muestra que las verdaderas reformas de la Iglesia siempre han partido por un sincero empeño de conversión personal. Si uno tiene aunque sea un poquito de fe, se dará cuenta de que en esa tarea estamos involucrados todos los católicos. Y como en estos casos ninguna ayuda resulta pequeña, si los demás creyentes quieren darnos una mano, bienvenidos sean, porque esta cura será larga, amarga y dolorosa.