Cuando el plato para el niño de la mesa llega antes que los demás, y en apenas diez minutos, queda en claro la vocación de este restaurante: es familiar. ¿Será una costumbre adquirida en los años de vida del Bramasole madre, en Cajón del Maipo, tratando con furibundos turistas de fin de semana? Vaya a saberse, pero lo cierto es que este puro detalle le da un lustre singular a este sitio, ubicado en el Mall Alto Peñalolén (donde hay una librería Qué Leo con una inusual buena selección de libros, por si a alguien le interesa el dato).
La decoración es bien cargada a la madera y a esa estética de almacén antiguo. Los mozos funcionan en brigada, por lo que se siente con claridad una atención harto diligente. Y aquello que también satisface, la comida, es sencilla y de gran factura. Desde el comienzo, con unos cortes de masa tibia que llegan en vez de panera.
De los platos para infantes, una pizza individual de masa fina y blanda ($4.400), que duró lo que dura algo rico: poco y nada. De los platos, la elección general fue por las pastas rellenas, que, todas, eran de masa delgada. Y vaya la observación: en restaurantes con tráfico intenso de comensales, la vía segura es darle más grosor para evitar que se rompan en medio del trajín. ¿Se ha fijado que las empanadas de los lugares más llenos y populares son, usualmente, las menos finas? Y eso: a menos harina, más se nota el sabor del relleno, lo que pasa en esta trattoria.
Primero, unos ravioli Bramasole ($8.900), rellenos con pollo, espinaca y mozarella. Luego unos mezza luna ($8.900), pastas de betarraga rellenas de ricota y nuez. Y la solución para el eterno indeciso, una cuatripasta ($9.200), un muestrario de sabores entre los dos anteriores y un par de rellenos más, uno con picantito lomo al merkén (que resulta heterodoxamente bueno). En cada caso, con sus salsas bien hechas: Alfredo, pomodoro y aceite con ajo (para solteros o amantes de la soledad). En el papel, pueden sonar algo caros. Y en el mantel, algo tacaños en cantidad. Pero ambos son problemas generados por una expectativa patachera: mastique lento y disfrute de unos platos de lujo no más.
Para cerrar, un chanchísimo volcán de manjar ($4.550) y el único punto bajo en esta experiencia: un tiramisú ($4.350) que estaba bien de sabor, pero que venía medio congelado. Fatal error fácilmente corregible, después de una experiencia que igual alimentó generosamente la fe en la pasta y en la posibilidad de salir a comer en familia con cero malos ratos.
Consistorial 2.100, local 201.