Pese a cumplir 45 años de edad, el robot gigante Mazinger Z se ve mejor que nunca. Quizás muchos recuerden los episodios que llegaron a la televisión en los años ochenta, esos combates interminables con enemigos coloridos, efectos sonoros omnipresentes y armas enunciadas a viva voz al momento de usarlas. Esta es una aventura más, tras mucho tiempo desaparecido, el villano Dr. Hell resucita para destruir el mundo, y solo Mazinger Z puede detenerlo. Aunque la animación es más sofisticada y los elementos digitales son ineludibles, hay que admirar el compromiso de los realizadores con todas las indelebles marcas de fábrica del producto: La dolorosa ingenuidad en la narrativa, el impresionante ingenio en el diseño de personajes y el increíble oficio en la animación, lo que sumado al humor desopilante y el drama más cebolla imaginable enmarcando las batallas, transforman la experiencia en una cápsula temporal sorprendente y fascinante, que trasciende cualquier repaso nostálgico tan de moda por estos días, y que probablemente no aguante mucho análisis ni crítica, pero que no está tratando de hacerlo tampoco. En una época en que la pornografía de la destrucción y el híper realismo en los efectos visuales tienen agotado al espectador, no queda otra más que rendirse a esta encantadora experiencia donde la ciencia-ficción es simple como la imaginación de un niño, y donde el genocidio implícito no existe porque lo único que brilla son los dibujos, el color y la fantasía a grito pelado. Además del ramen, claro. No olvidemos el ramen.
Japón, 2017. 95 min. T.E.