Es París, a comienzos de los años 90, y todos los martes, a partir de las siete de la tarde, se reúne un grupo de jóvenes, en su mayoría dispuestos a planear una agenda semanal de protestas, irrupciones y acciones militantes.
El Act Up París está compuesto por portadores o enfermos de Sida, en un tiempo donde el virus no parece tener freno y a los afectados se les acaba el tiempo mientras aumenta la desesperación.
Así comienza "120 latidos por minuto", premiada por el Gran Jurado en el Festival de Cannes y que además arrasó en los Premios César, con 13 nominaciones y seis estatuillas.
Comienza con el fragor, las discusiones y prisas de un colectivo que se siente ignorado y despreciado por los laboratorios que tardan con la cura y los remedios, por la Salud Pública y sus campañas inútiles y timoratas, y porque la prensa apenas les concede parrafitos.
La película filma ese asambleísmo nervioso y tenso, donde algunas reglas se respetan: hablar breve y conciso y reemplazar el aplauso por el chasquido de dedos.
En el título de la película palpita el tiempo que se agota y la angustia que crece dentro de ese pequeño movimiento errático, voluntarista y a veces violento, donde su mejor arma son bombas de pintura que imitan el color y la espesura de la sangre.
La película entrega pocos indicios sobre la vida cotidiana o el oficio que desempeñan los miembros del grupo, porque lo relevante es su rol en la asamblea y la militancia de unas personas enfermas, rechazadas y temidas por el resto de la sociedad.
"120 latidos por minuto", eso sí, se decanta por la situación personal de dos integrantes del colectivo: Nathan (Arnaud Valois) y Sean (Nahuel Pérez Biscayart), con una relación que es tan amorosa como trágica.
La decisión de enfocar la historia en dos personajes carga de dramatismo a la película, pero también de convenciones, porque son los capítulos del encuentro, las confesiones, el paseo a la playa, las declaraciones para el bronce y las despedidas.
Porque el gran personaje de "120 latidos por minuto" es el grupo con su energía, anarquía y pasión.
Franceses que se aferran a cualquier remedio, aunque sea inseguro o experimental, porque lo han probado todo y se siguen muriendo.
Personas ayudadas por lo único que les va quedando: sus familias, con la madre de cerca y el padre a lo lejos.
Se han propuesto no llorar y por eso se convocan, luchan y se arriesgan.
La enfermedad es su bandera y orgullo.
Un colectivo tan ardiente como desordenado, donde convive baile y sarcoma, música con infección y sexo con virus; y también la discusión política con el sarpullido o la proclama con las punciones.
La película, en esos momentos, respira un aire sincero y estremecedor, porque es el retrato de esa gente enferma, valiente y desesperada, que convirtió su último aliento en un grito de protesta.
"120 battements par minute". Francia, 2017. Director: Robin Campillo. Con: Nahuel Pérez Biscayart, Arnaud Valois, Antoine Reinartz. 143 min. Mayores de 18 años.