La izquierda no solo se desacredita cuando muestra su cara violenta, por ejemplo, cuando agrede físicamente a José Antonio Kast o cuando hiere de muerte a un carabinero, en un acto de supuesta conmemoración. También se desprestigia cuando sus figuras representativas emiten opiniones que revelan grave deterioro neuronal o clara pobreza moral.
"A Bachelet no se la toca", advirtieron después del 11 de marzo algunos personeros de su entorno, en un tono más propio de una escolta presidencial que de políticos republicanos. Por supuesto que se la puede y se la debe criticar. La izquierda pretende aplicar a la ex Presidenta el mismo criterio con el que ha buscado neutralizar todo el debate histórico en Chile -la verdad es la que dictaminan ellos- y, por lo tanto, estima que debe evitarse toda crítica al segundo peor gobierno de los últimos cien años. Inaceptable, intelectual y moralmente.
"No hay acuerdos posibles si el Gobierno actúa por vía administrativa", ha sido la reacción al cambio del protocolo sobre la objeción de conciencia de las instituciones sanitarias respecto del aborto (en todo caso, ya van 111 asesinatos y no se ve voluntad en el actual gobierno para proponer un cambio a la legislación que permite este genocidio). O sea, la izquierda pretende instalar un criterio unilateral: que el Gobierno renuncie a todas sus atribuciones propias para solicitar, cual mendigo, unas migajas de apoyo en la oposición. Solo si dejas de gobernar, yo te ayudaré a legislar.
"Tampoco habrá acuerdos en los grandes temas propuestos por el Gobierno, si insiste en imponer leyes en otros asuntos, como el terrorismo", es lo que se ha afirmado frente al proyecto para derrotar la violencia en La Araucanía. Pero no hay gobierno alguno que pueda imponer su legislación -sí, perdón, en Cuba, Corea del Norte y Venezuela, ahí sí se puede-, ya que debe proponer los proyectos a la discusión parlamentaria. Eso lo saben hasta los adolescentes y lo refrendan los ciudadanos al elegir a sus representantes, pero las izquierdas se empeñan en desfigurarlo con sus torpes consignas. Se agradecería que fueran mucho más directas: "No vamos a apoyar ningún proyecto que venga del Ejecutivo; haremos todo lo posible para bloquear sus iniciativas". Qué clarificador sería.
"En 15 días se ha logrado retrotraer y retroceder a Chile", ha declarado la vocera Narváez, personera sin vocería pero con restos de carisma, quien olvidó el repudio que suscitó hace ocho años la declaración análoga del propio Piñera: "En 20 días hemos avanzado más que otros en 20 años". ¿Será que Narváez domina las líneas de la historia, las idas y venidas del tiempo, los grandes procesos y las grandes épocas? No. Simplemente buscó unas palabras rimbombantes, de esas que impiden el diálogo democrático y las confianzas humanas; palabras pobres y dañinas.
Y, finalmente, el Tribunal Constitucional, cada tanto, la bestia negra de las izquierdas. Lo califican de "tercera Cámara", cada vez que un fallo les resulta adverso. Pero la etiqueta no resiste análisis: son los parlamentarios o los ciudadanos los que acuden a él, justamente para distinguir funciones, no para sumarlas. ¿Quién dijo que el proceso legislativo es perfecto? ¿Las izquierdas que se quejaron por décadas del binominal, aunque siempre las benefició? ¿Las izquierdas que antes calificaron al Congreso como manifestación de la legalidad burguesa y que tuvieron al Tribunal Constitucional de su lado entre 1970 y 1973?
Sin argumentos, sin inteligencia colaborativa, las izquierdas solo pueden apelar a emociones y a lugares comunes o, más grave aún, como ha sugerido un importante analista de su sector, a los pactos con el diablo.