Imagínense este guion para una película actual, de gusto millennial :
Una pareja se va de luna de miel a un lugar paradisiaco, donde pretende quedarse un buen tiempo, lo mas largo posible. Todo va bien por algunos días, hasta que una invasión de zombis (seres que estaban muertos y que volvieron a la vida) ataca a los recién casados, buscando interrumpir abruptamente su luna de miel para que comiencen a tener una existencia insufrible.
Los novios, sorprendidos y contrariados, entienden que tienen tres alternativas:
-Huir por donde vinieron y permitir que se desencadene un verdadero "apocalipsis zombi".
-Enfrentar a los zombis hasta exterminarlos.
-O seguir adelante con la luna de miel -y con una posterior vida normal-, buscando ponerles límites a los zombis, manteniéndolos a raya.
¿Qué tiene que ver este proyecto de filme de bajo presupuesto con la actualidad nacional, que es de lo que tratan mis columnas?
Ocurre que esta semana, después del famoso fallo del Tribunal Constitucional que acogió la impugnación de un grupo de universidades a un artículo referido al lucro, reapareció en escena un clima que no veíamos hace tiempo y que creíamos extinto.
Resucitó el discurso contra los privados, contra los empresarios, contra los que no piensan igual que los líderes del movimiento estudiantil del 2011, contra los que no están de acuerdo con la retroexcavadora del proyecto de reformas estructurales del gobierno de Bachelet.
Esta semana volvieron a sacar la voz los ex jerarcas del bacheletismo y los jefes del Frente Amplio, al mismo tiempo que las organizaciones estudiantiles reeditaron la costumbre de convocar a paros y marchas; los primeros para este mismo mes.
Es decir, si alguien pensó que la luna de miel del nuevo gobierno se acabaría de a poco, por una mezcla de pequeños roces domésticos, errores no forzados, fatiga de material y letargo, quizás se equivocó.
Porque hay grupos que ya dieron vuelta sus cartas y explicitaron que tratarán de terminar de manera abrupta con ese estado propio de la luna de miel, donde reinan la cordialidad, las bonitas palabras y las promesas de amistad eterna.
Ya, ¿pero, entonces, qué?
¿Qué va a hacer el nuevo gobierno? ¿Huir de su proyecto, asustado por lo que parece ser el regreso de los fantasmas de las movilizaciones pasadas? ¿Enfrentar con fuerza la resurrección del bacheletismo y de los ímpetus refundacionales del Frente Amplio hasta extinguirlo? ¿O seguir adelante con el itinerario que le propuso al país en la campaña y con el que consiguió el 55% de los votos en la última elección?
Como en toda película de terror, en la penúltima escena siempre reaparece el antagonista, que se suponía fuera de combate, para librar una escaramuza final, pese a que se sabe derrotado. Regresa tambaleante, empuñando torpemente un cuchillo o agarrando de un tobillo al protagonista para arrastrarlo con él hacia un abismo. Lo hace por inercia. O por dignidad. Es respetable, y esperable.
Pero lo que yo creo es que en la última elección se enfrentaron dos posiciones nítidas: la ruta bacheletista-frenteamplista y una ruta alternativa, distinta... otra.
Y ganó la última.