Había una vez un libro de cuentos que compré en un lugar de Santiago de cuyo nombre no puedo acordarme. Era "Blancanieves y los siete enanitos", pero tenía una curiosidad: si uno lo abría de frente aparecía la historia tradicional, contada desde el punto de vista de Blancanieves (madrastra perversa que la envidiaba y quería su muerte lo que la obligaba a buscar refugio con los enanos); pero si uno lo daba vuelta se encontraba con... ¡la versión de la madrastra!
El libro me produjo gran impacto. Según recuerdo, la madrastra contaba que Blancanieves era una joven rebelde y engreída, que se fue de la casa por su entero gusto a gozar de la vida disipada que le permitían los enanos y que cuando ella la fue a buscar para traerla de regreso al orden la muchacha simuló un envenenamiento y al final se terminó emparejando con el primer tipo regio y adinerado que pilló.
No pude evitar comprar el libro de regalo para mis hijos. Me pareció útil que supieran desde chicos que para todo siempre puede haber dos versiones. Aunque algunas sean inverosímiles y hasta absurdas.
Me acordé de este episodio esta semana con los alegatos del juicio entre Chile y Bolivia en La Haya. Vi a la madrastra de Blancanieves proyectada en el rostro anguloso de Evo Morales cuando los abogados que contrató dijeron que la Guerra del Pacífico "pilló por sorpresa" a Bolivia, ya que la había provocado Chile. O cuando dijeron que Bolivia no es un país más desarrollado por culpa de Chile. O cuando el mismo gobernante paceño tuiteó que "Antofagasta fue, es y será boliviana".
Insólito.
Pero seamos justos. Esta capacidad de "dar vuelta las cosas" no es ni por lejos un talento exclusivo de Evo Morales y sus abogados. También lo vimos esta semana en Chile.
Un ejemplo es lo que ocurrió esta semana en la Universidad Arturo Prat (que lleva el nombre de nuestro máximo héroe de la Guerra del Pacífico, ¡coincidentemente con lo de La Haya!). Sabemos que allí estuvieron cerca de linchar al ex diputado José Antonio Kast, quien iba a dar una charla al establecimiento. Y si bien la mayoría de las personas que opinaron sobre el tema estimaron que se trataba de un acto de violencia inaceptable, hubo algunos que jugaron a ser la madrastra de Blancanieves y contaron una versión opuesta de los hechos: dijeron que el provocador de Kast era el culpable de que le pegaran -usando el mismo tipo de argumento del tipo que justifica golpear a su mujer porque actuó de manera provocativa con el sexo opuesto en una fiesta-.
Otro ejemplo ocurrió con el anuncio del gobierno de que declaraba desierta la licitación del Transantiago. Tras conocer la noticia, varios ex funcionarios de la administración de Michelle Bachelet salieron a acusar que la decisión del ministerio de Transportes era improvisada, sin sustento técnico y que les causaría un daño a los usuarios. Yo vi eso y me pregunté: ¿No fue acaso el mismísimo Transantiago -nacido y criado bajo las polleras de Bachelet- una política pública improvisada, sin sustento técnico y que les causó un daño a los usuarios? ¿No es acaso una buena noticia que el Transantiago comience de una vez a ser reemplazado por otra cosa?
Es verdad que las historias pueden tener dos versiones. Pero nunca tanto.