Mucha gente se preguntará (o a lo mejor nadie, quién sabe) por qué de repente un restaurante aparece comunicacionalmente por todos lados. O cómo fue que todo el mundo se enteró del aniversario de uno, o del lamentable cierre de otro, o del nuevo emprendimiento digno de ser conocido. Relaciones públicas les llaman. Y buscan convertir en "noticia" algo que, lamentablemente, a veces -y la visita anónima al restaurante sirve para verificarlo- no da para serlo.
En fin. También hay sitios que trabajan en silencio y que no son moda, porque la esencia de la moda es ser pasajera. Nolita es uno de esos lugares. Abierto primero en Isidora Goyenechea y luego en Lastarria, ofrece una cocina de acento ítalo gringo que no falla. Porque hay algo de gratamente llenador en los platos de Nolita, con buenos materiales y una premisa que se logra en sus preparaciones: dejar satisfecho (por eso, en este caso, chao el postre).
Para comenzar, una burrata ($14.500) que, para explicarlo brevemente, es como una mozarella 2.0, con su interior más cremoso. Es de aquellos quesos que es mejor no conocer, porque producen adicción instantánea. En este caso da para compartir, rodeada de hojas de rúcula -escogidas como por casting-, con tomates cherry y pesto.
Antes había llegado una panera vertical con un trozo de baguette tibia. La mantequilla Soprole en potecitos desentona un poco, eso sí. Lo mismo que las servilletas, que podrían ser más pitucas, ya que estamos.
De fondos, dos grandes platos. Primero un risotto de hongos ($10.500) perfecto. En su ligero punto de dureza el grano, sin abusar del queso, en buena cantidad y con variedad de hongos comestibles (no como los de esa película tan latera, "El hilo fantasma", oh, pero qué cosa más odiosa). Y el otro plato es una sopa concebida para resacosos, pero que también se disfruta en la más plena de las sobriedades: la England clam chowder ($9.500), un caldo cremoso -de crema de leche-, con la nota subrepticia de la almeja y hartas papitas en su fondo, junto a otras verduras. Satisface como si fuera un plato sólido.
Toda esta experiencia fue víctima de un servicio impecable, despierto y simpático. Y sin esforzarse mucho, este lugar y su decoración ayudan a sacarse de encima la jornada. Sin aspavientos, sin relaciones públicas.
José Victorino Lastarria 70, Santiago.
2 2638 4574.