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Editorial
Viernes 23 de marzo de 2018
La realidad es lo acordado en 1904. Lo demás es ficción boliviana
Seguramente la defensa de Chile en las audiencias siguientes continuará despejando con fuerza las ficciones y entelequias bolivianas para dar lugar a la realidad de los hechos y el derecho.
Después de dos días de alegatos bolivianos, los abogados de Chile ocupan su espacio para reemplazar las ficciones de Bolivia por las realidades. La primera, es lo acordado en el Tratado de Paz y Amistad de 1904. La segunda, son los hechos y el derecho que desintegran dos pilares de barro de la demanda de Bolivia: su artilugio narrativo de la negociación histórica y la entelequia jurídica que pretenden imponer una obligación inexistente de Chile, para negociar con Bolivia su aspiración de acceso soberano al Océano Pacífico.
La verdad
La ficción termina cuando es reemplazada por la verdad; "Fictio cessat, ubi veritas locum habere potest". Y la realidad maciza, sólida como una roca, es el Tratado de Paz de 1904. El tratado recoge prestaciones mutuas de justicia y equitativas, según lo estimaron ambas partes al suscribirlo: fija a perpetuidad los límites de los territorios entre los dos países, dispone millonarias compensaciones para Bolivia, le concede un acceso libre, moderno, efectivo y a perpetuidad al mar para su comercio; materializa cuantiosas, crecientes y permanentes inversiones y financiamientos chilenos para obras de infraestructura, portuarias, viales, ferroviarias y aeroportuarias para el uso y beneficio de Bolivia, y le concede amplias facilidades, que de otra manera no habría logrado y que nunca tuvo antes de este convenio bilateral. Más importante, el tratado permite consolidar la paz entre ambos pueblos hasta nuestros días.
Un desarrollo fallido
Que Bolivia haya sido incapaz de aprovechar plenamente para su desarrollo esas facilidades es diferente y depende solo de ella. Sus debilidades institucionales, inestabilidades, divisiones, problemas internos, falta de idoneidad de sus dirigentes y su política exterior aislacionista le han impedido aprovechar su excelente potencial de riquezas naturales, agrícola, de hidrocarburos y minerales y de un territorio, con una extensión que supera ampliamente al chileno. Son numerosos los estudios que afirman que las naciones terminan siendo fallidas o progresan, dependiendo de la solidez de sus instituciones y no por los recursos disponibles. El caso de Bolivia es uno de los más elocuentes.
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Ninguna evidencia
La intangibilidad del Tratado de 1904 lo reconoce el derecho internacional, la Corte, lo han convenido las partes y hasta Bolivia, aunque torcida y episódicamente, dice respetar. En ocasiones lo hace expresamente, en aparente y forzada observancia de lo resuelto en la excepción preliminar de la Corte de La Haya. Seguidamente lo ignora, recurre a la artimaña de pretender que la supuesta obligación de negociar implica necesariamente el resultado de obtener y apropiarse de soberanía territorial chilena, definitivamente delimitada por ese tratado. En ninguna instancia del juicio se ha entregado evidencia alguna de que Chile haya puesto en negociación la soberanía estipulada en ese convenio. El peso de la prueba corresponde a Bolivia como demandante y no lo ha satisfecho. No basta con exclamar como lo ha hecho el Presidente Morales que Antofagasta es y será parte de Bolivia.
En cada ocasión, documento y declaración las autoridades de nuestro país han sido enfáticas y muy precisas en señalar que no es aceptable ningún compromiso que transgreda lo acordado en ese tratado. Así lo han expresado los abogados de Chile y con gráficos para que los jueces lo aprecien sin las distorsiones e inexactitudes de las presentaciones orales bolivianas.
Narrativa boliviana desmantelada
La narrativa boliviana se esfuma, está siendo sistemáticamente desmantelada. La defensa chilena ha entregado argumentos sólidos y evidencias irrefutables para probar que la pretendida negociación histórica es una invención que tiene un origen desconocido, que presenta vacíos en el tiempo y carece del pretendido contenido capaz de generar una obligación que se dice centenaria. Las alegaciones bolivianas son meras distracciones mediante ficciones construidas artificiosamente por ínfimas partículas que no alcanzan a formar un solo átomo, frente a la realidad cimentada en el explícito Tratado de 1904. Con propiedad el jurista del equipo chileno Daniel Bethlehem sostiene que 0 más cero, más varias veces 0 es igual a 0 y cuando se llega a una obligación jurídica el todo no es más grande que la suma de las partes. Finalmente agrega que un principio básico de la diplomacia es "que nada está acordado hasta que todo está acordado." Bolivia sigue siendo incapaz de lograr una explicación unificadora de los supuestos episodios y los contenidos de la hipotética negociación histórica.
Bolivia modificó su Constitución
Tan misteriosa, vacía y retorcida como la narrativa histórica boliviana, es su entelequia jurídica, intenta hacer creer que las negociaciones con Chile, acumuladas o aisladamente, son capaces de crear una obligación jurídica de negociar. Chile ha respondido con convicción y fundamento que tal obligación de negociar es inexistente y que la disposición a negociar no implica la intención de obligarse jurídicamente. Para obligarse es indispensable que Chile renunciara a lo acordado en 1904 y siempre ha sostenido todo lo contrario. Cada negociación la ha condicionado a la observancia de ese convenio y Bolivia así lo ha entendido, al extremo que en 2009 modificó su Constitución para denunciar o renegociar ese tratado.
Seguramente la defensa de Chile en las audiencias siguientes continuará despejando con fuerza las ficciones y entelequias bolivianas para dar lugar a la realidad de los hechos y el derecho.