El país se relaja, toma aire y se expande, se dispone a crecer. Bien, buena cosa.
Pero es importante que, en ese clima, no cometamos un error grave: que se nos olviden las debilidades ya congénitas de nuestra democracia.
Tuvimos una muy escasa participación en las dos últimas elecciones; en sus procesos de reinscripción, los antiguos partidos políticos han logrado sumar a un número pequeño de ciudadanos, y los nuevos, a otros pocos; los temas constitucionales están entre las últimas prioridades de los chilenos; la cultura cívica es tan precaria que mejor ni compararnos con los otros miembros de la famosa OCDE.
Hay, por lo tanto, un notorio déficit, es decir, una gran oportunidad.
Si se quiere que la participación en la cosa pública sea de nuevo una característica nacional, son las fuerzas políticas -no el Gobierno ni el Congreso- quienes tienen que volver a validarse. Y no hay mejor manera de hacerlo que sincerar las propias posiciones, y decirles a los ciudadanos quién es cada uno, qué busca, qué propone, a qué juega.
Estos próximos meses son la gran oportunidad de los partidos políticos: o la aprovechan ahora o seguiremos con porcentajes de participación paupérrimos.
El polo liberal tiene una amplia gama de posibilidades. Sus múltiples ramas podrían encontrar por fin un tronco común en los próximos meses. Eso depende de Velasco, de la gente de Evópoli, incluso de los PPD que buscan agua en el desierto de un socialismo reseco. ¿No es posible convocar a una gran convención liberal que los reúna de una vez por todas?
Parecida es la situación de los socialcristianos. La DC tiene el gran desafío de una refundación, en sintonía con Maritain y con Frei, con Hurtado y con Boeninger. Chahuán, Schalper y tantos otros militantes o simpatizantes de RN bien podrían sentirse inclinados -ya lo han insinuado- a desarrollar esa gran iniciativa socialcristiana que tanta falta hace.
En las izquierdas el panorama es muy disímil.
El Frente Amplio sonríe, pero su felicidad se convertirá muy pronto en una trágica mueca. Todo parece tranquilo: la opción de seguir atrayendo adherentes está abierta, pero no cabe duda alguna de que los gatos se pelearán dentro de la bolsa cada vez que aparezca un tema importante. La amplitud será incompatible con la unidad.
En paralelo, siempre es tedioso hablar de lo que el PC pueda hacer. Sus objetivos los conocemos todos: maximizar el poder mediante alianzas espurias. Lo importante será cuánto buscará acercarse al PS y cuánto querrá vincularse con el FA. No tan cerca de uno como para no quedar tan lejos del otro. Y, por eso mismo, más importante será la actitud de los socialistas: ¿querrán recuperar el eje histórico con los comunistas o preferirán revitalizar un entendimiento reciente con la DC? En la decisión que tomen los de Bachelet se juegan su viabilidad política en el futuro próximo. Solo una palabra para los radicales: ya pertenecen al floklore de la política chilena y, por lo tanto, bienvenida es su presencia del 5%.
Pero nos queda todavía la derecha.
La de verdad, la de José Antonio Kast, esa que tendrá que organizarse con paciencia y constancia si quiere hacerle justicia a su líder. Si no lo logra, no solo abandonará al candidato del 8%, sino que dilapidará toda la fuerza con que se manifestaron sus principios en los últimos meses.
Y la otra, la que se camufla de centro, la que hoy gobierna con Piñera, tiene que contestar las preguntas que están implícitas en su propio nombre: Chile Vamos, ¿a dónde vamos? ¿Qué son sus ministros? ¿En qué creen?
Estamos muy lejos de las elecciones, pero son meses importantes. Los ciudadanos miran, escudriñan, van decidiendo día a día. Y se preguntan: ¿hay algo que valga la pena?