Cinco grandes acuerdos nacionales. Un planteamiento de esa naturaleza, formulado en las primeras horas de la nueva presidencia tiene, sin duda alguna, un doble mérito: es políticamente adecuado, porque transmite un deseo de buscar el bien común... en común. Y, además, es psicológicamente correcto, porque toca esa fibra que tanto mueve a la mayoría de los chilenos: la unidad.
Pero no nos engañemos: nada será color de rosa.
Si se analiza el contenido de los cinco temas propuestos por el Presidente Piñera como ejes centrales de su política de consensos, no hay uno solo que pueda concitar fácil apoyo opositor, ni con matices, ni mucho menos a fardo cerrado. En la izquierda no se va a extinguir súbitamente el espíritu bacheletista, esa manía de la Nueva Mayoría por pasar la aplanadora, ahora suplementada por la vocación de dinamiteros que tienen los integrantes del Frente Amplio.
Por eso, la pregunta que interesará responder es si el gobierno entrante estará dispuesto a pagar costos importantes por sacar adelante los objetivos que se persiguen con esos cinco acuerdos.
En concreto:
En el tema de la infancia, cuánto se va a jugar el gobierno de Piñera por el restablecimiento de la familia -hoy en vías de extinción- o cuánto va a olvidar su carácter fundamental, con tal de consensuar políticas instrumentales sobre los niños más desvalidos. Algo parecido se planteará respecto de la salud, porque no va a ser fácil que la oposición reconozca la superioridad de las iniciativas privadas sobre los empeños estatales. Y cuando de seguridad ciudadana se trate, ¿querrá el gobierno impulsar una serie de medidas aparentemente restrictivas, sabiendo que ellas serán aprovechadas comunicacionalmente por la oposición?
En el caso de La Araucanía, el consenso se hará casi imposible. Suena muy bien proponer un gran acuerdo nacional respecto de esa devastada región, pero ¿alguien puede creer que las fuerzas de la izquierda dura van a renunciar a su apoyo a los grupos antisistémicos que han desatado el terrorismo en la zona? Si el Gobierno no está dispuesto a pagar costos altos una vez imposibilitado el acuerdo, los camiones, los campos y las casas seguirán en llamas.
Y cuando nos referimos a la pobreza, hablamos de todo y de nada. Sería magnífico que gobierno y oposición lograsen asumir los índices del desastre social chileno como el punto de partida para rectificaciones muy profundas, y así se pudieran doblegar las pobrezas de la droga, de la violencia, del analfabetismo funcional, de la ruptura familiar, de la precariedad de la vida del que está por nacer. Pero eso es muy improbable: las aguas se dividirán radicalmente entre gobiernistas y opositores, a no ser que el Ejecutivo claudique en cada uno de esos puntos.
O sea que lograr buenos acuerdos en los temas propuestos será casi imposible.
Pero, además, téngase en cuenta todo lo que el anuncio presidencial dejó fuera, es decir, las materias en las que el Gobierno no parece tener interés prioritario, aunque se trate de cuestiones tanto o más importantes que las anteriores.
No se ha hablado de un gran acuerdo nacional sobre educación. Pero si no hay correcciones a las pésimas leyes Bachelet, los costos a pagar serán altísimos. Además, no se han incluido en los posibles acuerdos las materias de vida y género: quizás se supone que es pelea perdida; mucho ya se ha sugerido al respecto. Tampoco se ha mencionado el interés por una política nacional medioambiental. ¿Hay temor a las presiones de la calle? Y, finalmente, nada se ha dicho sobre las cuestiones de verdad y responsabilidad histórica, quizás porque en septiembre próximo volveremos a oír la misma cantinela descalificatoria.