No hay nada más sano en un entrenador que este sea capaz de construir un relato y que aquel se convierta en un principio o, al menos, en una base de su propuesta.
No importa cuál sea esa convicción. Si se transforma -a fuerza de exhibición práctica permanente- en un discurso, el adiestrador que la sostenga no tendrá el éxito competitivo asegurado, pero sí un lugar permanente en la disputa de las ideas.
No es poco.
Por cierto que hay un límite en la mantención de un ideario: el tener las armas o los recursos para poder llevarlas a cabo. Un DT es libre en cuanto a sus ideales, pero está absolutamente preso de los elementos que tiene a mano (los jugadores) a la hora de ponerlos a prueba en la cancha.
Aquello lo saben los adiestradores. Y si no lo saben, deben aprenderlo a fuerza de hechos.
Miguel Ramírez, el entrenador de San Luis, es uno de los que debe transitar esa ruta.
El ex zaguero central irrumpió en la escena técnica nacional con una propuesta seductora. Ramírez, tal vez fuertemente influido por los aires bielsistas que le tocó vivir en su etapa de formación como DT, propuso desde su llegada a San Luis de Quillota un fútbol más parecido al riesgo que al conservadurismo extremo.
Los hechos le dieron la razón. En su primer torneo al mando de los quillotanos fue un entrenador alejado de las viejas y anodinas convicciones que se imponían en los DT de equipos de baja convocatoria y se atrevió a poner sobre la mesa mucha desfachatez ofensiva que, a la larga, se tradujo en actuaciones relevantes.
Poco a poco, Ramírez, manteniendo en alto su ideario a través del discurso y de la práctica, se fue ganando un nombre y por eso apareció de repente como opción a desafíos mayores (estuvo en la nómina de probables DT de la UC y de Colo Colo).
Muchos aplausos recibió Miguel Ramírez. Pero así y todo, él más que nadie debe saber que su desarrollo como entrenador aún no culmina. Aún le quedan etapas por quemar. Lecciones que aprender. Ideas a desarrollar mejor. Por ejemplo, lo que ya está dicho: asumir que los principios, para ser plenamente expuestos, carecen de sustancia sin las herramientas precisas.
Le debe haber quedado claro eso, al menos, luego de la pobre presentación de San Luis frente a Universidad de Chile.
Ramírez señaló antes del partido ante los azules que sus convicciones seguían inalterables. Que ante el equipo de Hoyos su escuadra mantendría su ya tradicional hambre ofensiva y que ello incluso le traería riesgos enormes en su patio trasero que sus zagueros estaban dispuestos a asumir. Porque para ello estaban preparados.
Nada que ver. Lo único que logró San Luis fue darle a la U el mejor escenario para que luciera por fin a su equipo de estrellas. San Luis no atacó, no construyó ni menos equiparó en algo al rival. ¿Sorpresivo? Ni tanto. Con Robles y Rojas como centrales (más fuerza que velocidad), con laterales sin proyección (Bravo tuvo que salir temprano), con más pierna fuerte que habilidad en el medio (Compagnucci debió ser expulsado), sin un armador claro (Sagredo no está para esos trotes) y un par de atacantes desconectados (Escobar y Caballero no agarraron ni una) no hay principio sostenible.
Variar no es pecado. Quien lo hace no ensucia necesariamente sus convicciones. Es pragmatismo y sobrevivencia. Ramírez debe tomar nota para seguir su buen camino.