Años de fascinación , primera novela de Pascual Brodsky (1989), tiene como telón de fondo un hecho histórico que posiblemente el joven autor no vivió en forma directa, pues era un niño de cortos años cuando ocurrió, pero sin duda ha dejado huellas indelebles en él y su familia. Carmelo Soria, su abuelo materno, militante comunista, fue asesinado por agentes de la DINA en 1976, mientras ayudaba a perseguidos políticos a asilarse o prestaba auxilio a fugitivos del régimen militar. Además de jugarse con inusitado coraje, se valió del cargo que ocupaba en la CEPAL, lo que rápidamente lo puso en la mira de la policía secreta y le costó la vida. Carmen Soria, su hija y madre de Pascual, se convirtió en una formidable activista de derechos humanos, entabló un juicio en contra de los responsables y en la década de 1990 logró un triunfo inaudito: que Carmelo Soria fuese reconocido como funcionario con fuero diplomático y que se le cancelara una indemnización significativa, aunque en el fondo de valor discutible -ninguna existencia humana tiene precio- por la pérdida sufrida. Carmen es, asimismo, nieta del gran escritor José Santos González Vera y no es casualidad que los editores de este libro nos presenten a Pascual como investigador sobre la obra de su bisabuelo. Todos estos sucesos pueden pasar desapercibidos para el lector actual de
Años de fascinación , ya que el olvido y la indiferencia parece que reinan a placer hoy en día, si bien cualquiera con un mínimo de memoria será capaz de relacionar el pasado reciente con las diferentes historias que se relatan en este interesante debut literario.
Fundamentalmente son dos: el vínculo de Marcial con Isabel, su madre -ambos, en parte, álter ego de Pascual y Carmen-, así como el tempestuoso romance entre el héroe y Sofía, una chica con graves traumas y conducta impredecible. Brodsky divide la narración en capítulos y pausas, concebidos, respectivamente, en primera y tercera persona. El procedimiento es desacertado, puesto que confunde, hace que la intriga se vaya por las ramas e inclusive consigue que
Años de fascinación sea, en ocasiones, un texto descoyuntado y difícil de seguir. Para variar, en vez de haber optado por una narrativa lineal y en orden cronológico, lo que habría sido quizá una elección preferible en una publicación inaugural, Brodsky mezcla saltos en el tiempo en una prosa densa, compacta y a ratos impenetrable. Sin embargo, esta técnica prosística es su opción y pese a los reparos que pudiesen formulársele, merece todo el respeto del mundo. Y hay que decirlo: la juventud e inexperiencia de Brodsky no impiden que muchas veces muestre un estudiado talento y una dosis de singularidad.
"Marcialovich era insensible a la épica del armamento organizado y las marchas orquestadas. Su madre y su reticencia generacional y sistemática hacia cualquier forma de disciplina inculcaron en Marcialovich un desprecio al orden, traducido en una ineptitud pasmosa en cualquier asunto práctico. Tampoco valoraba la pulcritud. Y respecto a las glorias del combate entendía lo honorable de morir, pero no de matar. Lo honorable es poner el pellejo y morir, como su abuelo, como el Presidente Salvador Allende -que no cometió suicidio-, o Shiryu, de Los caballeros del zodíaco. Una muerte senil y apacible era sospechosa, si es que no indigna a todas luces. Lo honorable era la conducta dirigida por los principios indelebles de la razón humanista, de los que se deducía la necesidad de morir fulminado en la lucha contra las clases dominantes. Morir, entonces, y de preferencia acribillado por los militares. Nada es muy serio hasta que personal del Ejército no irrumpe disparando y matando. Es lo que sus amigos no sabían: en pocas palabras, que las vidas dignas terminan con un disparo en un cuartel, o varios disparos en plena calle, o a lo mejor explotando por varias granadas amarradas al torso; es decir, en lo que se refiere a la ética, no hay ninguna vida lo suficientemente virtuosa si no culmina reventada por el fierro militar..."
Marcialovich es el patronímico ruso que se aplica en broma a Marcial, héroe de
Años de fascinación y el fragmento que recién transcribimos es un ejemplo del apreciable nivel que puede alcanzar la escritura de Brodsky. Hay parodia, hay humor, hay claridad y, sobre todo, tenemos la visión agridulce, un tanto caricaturesca, aun cuando nunca ridícula, de un chiquillo que tiene ideologías sólidas y que sin perjuicio de las circunstancias sociales que le tocaron, posee una crítica y una autocrítica que son conmovedoras, en especial si tenemos en cuenta la edad de quien plantea estos dichos. Como este, hay, a lo largo de
Años de fascinación , muchos otros momentos, sutiles y refinados o bien contundentes. Todo lo que se refiere al trasfondo político, tal como lo dijimos al inicio, puede resultar inalcanzable para la generación actual; no obstante, aparte de constituir un claroscuro estructural, está incorporado en la conciencia del protagonista, por lo que forma un todo orgánico con la ficción. En cambio, no pasa lo mismo al detenerse en los amores entre Marcial y Sofía, una muchacha demasiado maltratada y en extremo opinante; tanto ella como los personajes que rodean al dúo carecen de rasgos psicológicos que los hagan recordables en medio de la maraña de rebuscamiento que aquí despliega el bisoño novelista. Como sea,
Años de fascinación revela que Brodsky tiene agudeza y puede llegar lejos.