La muerte de Nicanor Parra le quitó al cambio de gabinete su protagonismo y, por primera vez tal vez en muchos años, la poesía fue el titular más importante en los medios de comunicación. Los gabinetes, la política contingente, pasan; la poesía permanece.
En cien o doscientos años, probablemente un verso de Parra, Neruda, Mistral o Huidobro seguirá resonando en la memoria del país, y las declaraciones del político de turno no las recordará nadie. Qué efímera es la política y que duradera es la poesía. Es que "los poetas fundan lo permanente", según Hölderlin. En Chile esta afirmación es más pertinente todavía: el ser más profundo de este país es poético. Ahí están nuestras verdaderas raíces. Y, por eso, la poesía debiera estar en los titulares de los diarios todos días y no como notas marginales de las páginas de la sección Cultura.
En Japón, durante mucho tiempo, un periódico de circulación masiva publicaba todas las mañanas, en un recuadro en portada, un haikú , forma poética de tres versos, condensación del milenario arte de la palabra nipona. ¿No sería un regalo para todos los lectores de la prensa leer cada mañana unos versos de los poetas que nos informan de las "noticias que siempre serán noticia"? (así llamaba Pound a los poemas).
Propongo que todos los chilenos partamos el día leyendo o recitando en voz alta un poema. Todo buen poema es una forma de meditación y, en muchos casos, también de oración. Que esa sea nuestra forma natural de recargarnos con la energía que las palabras del poema emanan.
Las palabras en la boca de los poetas son como las palabras dichas y jugadas por los niños: se sienten frescas, recién nacidas. Muchos de los poemas y artefactos de Parra parecen los juegos de un niño que se divierte con el lenguaje.
Parra es indiscutiblemente un poeta gigantesco, pero, afortunadamente, no es el único, sino la orfandad por su partida sería irreparable. Pero ¿quién pregunta, por ejemplo, por Efraín Barquero -una de las voces más puras de Hispanoamérica-, poeta que a sus más de 90 años sigue escribiendo ritualmente un poema todos los días al amanecer, en la soledad de su casa en Providencia? ¿O por Armando Uribe, que a veces descorre la cortina de su departamento del Parque Forestal y mira con distancia profética un mundo para él cada vez más apocalíptico?
Diego Maquieira cultiva un estado poético, sin necesidad ya de escribir poemas y lejos de toda ambición, búsqueda de poder o figuración, cumpliendo con todas las condiciones que Edgar Allan Poe ponía para la "creación de una belleza nueva". Manuel Silva Acevedo, que ganó el Premio Nacional de Literatura sin que la mayoría se diera cuenta, sigue trabajando cada verso como un artesano u orfebre, y es no solo un muy buen poeta, sino que humanamente es "en el buen sentido de la palabra, bueno". Erick Pohlammer danza como un místico sufí el éxtasis de cada día en las dunas de Concón. Raúl Zurita lee en voz alta sus poemas y hace que las montañas se levanten como mares. Rosabetty Muñoz, poeta de Ancud, baja la poesía del Olimpo para llevarla a las salas de clases de las escuelas públicas.
Ellos son algunos de nuestros gñepin (en mapuche, "señores del decir"). Ojalá comiencen a aparecer en la primera plana de los diarios y ocupen el lugar que merecen en los noticiarios de televisión. Para que la palabra viva, que educa y no degrada -esencial en estos tiempos de confusión e incomunicación disfrazada de "hipercomunicación"-, llegue a todos. Jorge Teillier me contó una vez que en Bolivia trataban mejor a los poetas que en Chile: "Allá, todos los poetas tienen entrada gratuita a los parques de entretenciones" -me dijo con irónica y dulce sonrisa. En Chile, en cambio, "no los pescamos ni en bajada". Tal vez la partida de Parra nos permita gritar a los cuatro vientos por todo el territorio nacional: "La antipoesía ha muerto, ¡viva la poesía!" Y, a propósito, ¿alguien me puede decir quiénes son los nuevos ministros del gabinete?