¿Se ha detenido a mirar cómo transita la gente en las calles? Caminan mirando su celular y levantan la vista cada cierto trecho por dos segundos, para seguir leyendo o tecleando. Etariamente, es una conducta transversal, con excepción de mayores de edad. Observe lugares con aglomeración de personas: en el transporte público, colegios, universidades, clínicas, hemiciclo, hasta en los ascensores, etc.
Es un fenómeno que comienza a estudiarse con preocupación en el mundo. En marzo de 2017 había en Chile 122 abonados por cada 100 habitantes, equivalentes a 22 millones de móviles. Un crecimiento asombroso, porcentualmente el más alto de Latinoamérica y con tecnología cada vez más especializada. De todos los grupos de edad, adolescentes y jóvenes ( millennials ) son los que destacan por lejos -los comerciales se enfocan en ellos-; no obstante, hay escasos estudios en nuestro país al respecto.
El móvil comenzó siendo un instrumento de comunicación interpersonal y se convirtió en una plataforma con funciones múltiples, similar a internet. Tiene indudables beneficios personales y sociales. Sin embargo, el segmento en cuestión lo utiliza en forma desmedida, de preferencia para jugar, ver videos, programas de TV, descargar música, enviar y responder mensajes instantáneos, tomar fotografías y "subirlas" a redes sociales. Un uso menor son las llamadas. Es corriente ver a jóvenes en grupo, en un restaurante por ejemplo, pero cada uno concentrado en su aparato: "es la era del pulgar". Lo usan en la casa, cuando comen, van al baño, antes de dormirse o levantarse; peor aún, cuando estudian enviando o respondiendo mensajes, en el aula, entre clases. ¿Los ha visto desesperarse cuando al móvil se le agota la carga, se les queda olvidado o lo han perdido? Los afecta la nomofobia (derivado de "no mobile phone phobia"): temor a quedar sin él.
Su manejo es común en todos los estratos sociales, pero debiera hacerse de modo racional, consciente, autocontrolado, lo que requiere educación, cultura, y sabemos que en este sentido falta mucho en el país. No puede sernos indiferente. Este año Francia prohibirá el uso del celular en colegios y universidades y otros países piensan en su regulación, como Canadá y Alemania. Hubo una iniciativa similar en Chile y generó reacciones en contrario. Los más señalaron que se necesitaba introducir nuevas metodologías en el aula o una normativa conversada entre alumnos y profesores. ¡Vaya propuesta! Sabemos lo que tarda entre nosotros implementar medidas de calidad en materia educativa.
Autores, en su mayoría de países desarrollados y que han realizado investigaciones responsables, coinciden en afirmar que el uso inadecuado y descontrolado -que califican indistintamente como compulsivo, dependiente y abusivo- puede generar problemas en el comportamiento afectivo y social. Una serie de consecuencias negativas que impacta en la personalidad, el proceso de crecimiento y desarrollo, además de interferir en labores académicas, al disminuir el correcto uso del lenguaje, el rendimiento, la capacidad de reflexión y empobreciendo la relación personal directa y duradera, sin mencionar los contactos riesgosos con desconocidos y contenidos inadecuados en niños y adolescentes, particularmente.
Concuerdan además en sindicarlas como conductas adictivas. De hecho, en las encuestas a usuarios un buen número se declara adicto. Varios especialistas han advertido sobre esta "adicción sicológica" (sin drogas), aunque existen hipótesis diferentes sobre si tal comportamiento es inducido por la plataforma propiamente tal o por ciertos contenidos que ella ofrece. Por lo demás, también sucede entre población adulta.
Pero a los padres, las familias y colegios no debiera importarnos tan poco lo que ocurre entre adolescentes y jóvenes. Quienes compartimos diariamente con universitarios nos damos cuenta de que el uso exacerbado del móvil está afectando negativamente a un porcentaje significativo.