De modo quizá inconsciente, el vocabulario que emplean hoy los democratacristianos para referirse a sus relaciones con la izquierda está tomado del mundo de la violencia doméstica: "maltrato", "agresiones", "falta de cuidado de la relación"... esto vale para todos, desde los que se han ido recientemente del partido (los DC quintaesenciales, como Mariana), hasta aquellos que están francamente inclinados a la izquierda y que uno pensaría que, por eso, iban a ser mejor tratados por los socialistas.
El episodio más reciente de maltrato se produjo esta semana. La víctima no fue solo Andrés Zaldívar, que necesitó los votos de la derecha para ser elegido en el Consejo de Asignaciones, sino toda la Falange, que tenía buenas razones para esperar otro trato, al menos el de un antiguo socio. Pero los sádicos no conocen razones, y los diputados socialistas fueron extremadamente crueles, azuzados por los jóvenes del Frente Amplio. Es más, se diría que el enfermizo izquierdismo de ciertos DC constituye un impulso adicional para que la izquierda extreme la brutalidad con sus víctimas democratacristianas. Sin embargo, esta vez se les pasó la mano. Zaldívar no es una figura cualquiera, sino un auténtico símbolo, el último representante activo de la época de oro del partido.
Finalmente, la DC ha reaccionado. Veremos cómo evoluciona en los próximos días (nunca se sabe cómo evolucionan sus humores), pero por ahora ha suspendido las negociaciones con la izquierda para las presidencias de las cámaras en el Congreso, y se ha aproximado a los bienamados radicales e incluso a Chile Vamos. La izquierda reacciona con sorpresa, como siempre les sucede a los sádicos cuando la víctima se rebela ante sus exigencias,
¿Por qué la DC ha tolerado todas estas humillaciones durante tanto tiempo? En principio, la izquierda debería tratarla con más respeto. No en vano, si atendemos a sus votos en las elecciones de diputados y Cores, es el tercer partido más grande de Chile, solo superado por RN y la UDI. La explicación resulta simple: la izquierda sabe que la DC tiene un punto débil: su aversión genética a la derecha, lo que lleva a los socialistas a pensar que no necesitan conquistarla, pues es presa segura.
Se equivocan. Las señales más recientes indican que la DC se muestra dispuesta a iniciar una travesía por el desierto, aunque se prolongue por 4 o incluso, según dicen, por 8 años. En este periodo, la falange seguiría su camino, el de una oposición razonable, sin un compromiso con la izquierda. Parece una solución muy inteligente, que le permitiría desempeñar el papel de árbitro de la política chilena, pero no resulta tan sencilla como parece.
En efecto, no cabe presentarse con una identidad definida en el panorama político chileno con el simple recurso de mantenerse equidistante respecto de las demás fuerzas, y negociar hoy con una o mañana con otra para llegar a acuerdos parciales. La identidad se configura solo en parte en la relación con los otros. Si uno no sabe quién es, ni la estrategia más astuta podrá salvarlo de la decadencia. ¿Y sabe alguien quién es la Democracia Cristiana?
Algunos han minimizado la importancia de las renuncias, debido al hecho de que son minoritarias en el conjunto de los militantes del partido. Ahora bien, si a uno le hubiesen dicho hace 20 años que la DC iba a comenzar el año 2018 sin tener en sus filas a Mariana Aylwin, Clemente Pérez, Hugo Lavados, Eduardo Saffirio o Sergio Micco, no lo habría creído posible.
Minimizar ese éxodo es como pensar que pueden existir los Rolling Stones sin contar con Mick Jagger y Keith Richards. Un partido político, como una banda de rock, no es una franquicia de McDonald's, sino un conjunto humano específico dotado de un cierto contenido. Si los integrantes dejan de ser los mismos, y el ideario se transforma en una vaga alusión a la solidaridad y la justicia social, se podrá mantener el nombre, pero eso no basta para asegurar la sobrevivencia política.
De ahí que la actitud que está tomando la Democracia Cristiana sea correcta e incluso astuta desde el punto de vista estratégico, aunque solo resultará viable si va acompañada de una profunda renovación interior. Y tengo serias dudas de que algunas de las figuras que en este momento se han apropiado del partido serán aptas para llevar a cabo esa dolorosa y profunda tarea de renovación. Es más: solo encuentro una razón que distingue a esas personalidades democratacristianas de los socialistas: que en este momento son sus víctimas.