Cuando me enteré del dictamen de la Corte Suprema declarando ilegal la edificación del Mall Barón en Valparaíso, no pude dejar de pensar en algunos amigos vivos y muertos que han sostenido estos años una porfiada y tesonera batalla por un borde costero digno para la ciudad puerto.
Pienso en primer lugar en Pablo Andueza, abogado de mi generación que falleciera repentinamente hace poco y que nunca dejara de compartir información sobre las resoluciones y dictámenes sobre el tema, con una dedicación y minuciosidad que solo puede explicarse por la añoranza de lo abierto, que es en el fondo el amor por Valparaíso. Militar en estas batallas requiere mucha energía y dedicación, sobre todo cuando se tiene enfrente a funcionarios pagados u operadores contratados para convencer a la opinión pública de que parar un Mall como el Barón sería una catástrofe para la ciudad y su desarrollo. Como si la catástrofe no hubiera ya ocurrido, producto de una noción reductiva y miope de desarrollo.
Lo más fácil en estas causas urbanísticas o de defensas del patrimonio, los espacios públicos y los barrios es obviamente la resignación, la abdicación o la indiferencia, esa actitud que es tan culpable de los grandes males de nuestras ciudades como la voluntad de poder sin límite ni medida de algunas inmobiliarias o conglomerados económicos enfermos de desmesura. Pablo Andueza perteneció a esa escasa estirpe de los hombres de derecho que no se conforman con lo legal como vara de lo ético. De él -como de muchos otros tal vez más anónimos que él- es este triunfo judicial y simbólico que abre una esperanza al anhelo de un borde costero digno para Valparaíso. Y digo esperanza, porque no sé si autoridades y privados darán el ancho para concretar ese anhelo, que más que anhelo es un destino. Y no puedo dejar de nombrar al colectivo "Ciudadanos por Valparaíso", tal vez el primer grupo organizado que levantó la voz cuando todo era abdicación y desesperanza. Ahí estuvieron Chantal de Rementería y Paz Undurraga, entre otros, que, con puro estudio y trabajo desinteresado, han sostenido la fe de que el puerto sigue siendo un Lugar Valioso en el mundo. También pienso en el pintor Gonzalo Ilabaca, pintor errante que fijó su domicilio en Playa Ancha de Valparaíso, la única ciudad que puede dar una patria a un errante. Ilabaca ha sostenido hasta la majadería -por todos los medios- que el espacio público más importante de una ciudad que está al lado del mar es su borde costero. Pero vuelvo a los muertos, protagonistas invisibles de este triunfo.
"¡A muertos se debe este mundo!", decía el poeta Eduardo Anguita. A veces pienso que los grandes activistas de las batallas que tantas veces se han creído perdidas son los muertos de esta ciudad, donde los cementerios están a la vista... ¿Habría sido posible un mall como este en un dibujo de Lukas? ¿O en un cuento de Carlos León? Lo estético y lo ético están íntimamente vinculados en Valparaíso y la ciudad real que a ratos se cae a pedazos está sostenida por la ciudad imaginaria. Por eso fueron tan importantes, por ejemplo, los poemas en prosa de Ennio Moltedo, que recorrió incansablemente este borde costero asesinado. Él, guardián del mar, botó los cercos, los alambres de púas de este borde, trazando en la página en blanco una costanera fiel a la de su infancia de niño descendiente de inmigrantes italianos. "Hemos transformado nuestros días en un largo paseo por el mar", dijo.
Con esta resolución de la Corte Suprema, ese paseo interrumpido por décadas de inopia urbanística, política y mental puede volver a reanudarse. Veo a Moltedo asomarse por sobre los sitios baldíos, los alambres de púas o los baños químicos -entre otras aberraciones- que se interponen entre los ciudadanos y el mar. Lo veo respirar una bocanada de aire puro como un prisionero que acaba de recuperar su libertad, lo oigo recitar esos versos de Baudelaire: "¡Hombre libre, siempre añorarás el mar!".