Se ha afirmado que las personas que, sin pertenecer a los sectores sociales de mayores ingresos, votaron por Piñera, lo habrían hecho enajenadas, fuera de sí y de su clase, motivadas por el arribismo, empujadas por simples deseos de asimilación, por el tonto anhelo, se atrevió incluso a agregar una actriz, de ser invitados al Club de Polo.
Serían, se dice en las redes, "Fachos pobres".
"Idiotas", personas carentes de capacidades cívicas, agregó un diputado.
El argumento es similar al que alguna vez esgrimió el ministro Eyzaguirre cuando sugirió, envuelto en un entusiasmo redentor, y empleando ese tono informal de quienes no dudan de su lugar social, que el anhelo de los sectores populares y medios por escoger colegios privados no era más que una forma de arribismo, el resultado de la rara seducción que ejercían en ellos los nombres en inglés, el deseo de relacionarse con gente con el pelo rubio o más claro -insistió el ministro.
Lo grave no son esos insultos, esas frases derogatorias (después de todo, un insulto es como un escupitajo o una pedrada).
Lo grave son los prejuicios intelectuales y las convicciones de quienes los profieren.
Desde luego, muestran que en ciertos sectores de izquierda (especialmente quienes tienen o presumen tener origen burgués, y para quienes ser de izquierda es como una pose, o un apostolado, o una forma de voluntariado, que viene a ser casi lo mismo) impera el peor de los paternalismos: la creencia de que la gente de origen popular, cegada por su ignorancia, por sus torpes anhelos, entontecida por la publicidad o sus pobres ambiciones, no sabe lo que quiere y al momento de elegir traiciona sus verdaderos intereses.
Ese prejuicio es el que inspira el rechazo al consumo de masas, la convicción de que la gente, cuando compra un televisor cada vez más grande, accede al auto chino, renueva sus zapatillas, se endeuda para viajar, trata de escoger el colegio, emplea una y otra vez la tarjeta de crédito y pasea en el
mall con sus niños, en realidad lo hace por simple arribismo, por el estúpido anhelo de ser admitido en el Club de Polo. Y el izquierdista burgués (sea porque tiene ese origen o porque presume tenerlo, o porque, como en la fábula de la zorra y las uvas, quiso tenerlo y no pudo), ese izquierdista que cree que ser de izquierda es como ser un apóstol, alguien que está llamado a redimir a los demás, no logra entender a esa gente que parece estar satisfecha con su situación, con sus deudas, con el auto chino, con el colegio subvencionado. Y el izquierdista burgués se frustra porque él es alguien que necesita un pueblo que se sienta abusado para poder ser él un redentor.
Y por eso -cuando no como fruto de la estupidez o la simple ignorancia- acuña el insulto de facho pobre.
Pero no es un insulto en realidad, es solo la racionalización tonta e ignorante de una persona que no entiende por qué quienes él piensa que está llamado a redimir, se resisten a tanta bondad suya.
Ese paternalismo -según el cual la gente necesita ser liberada de sí misma, de lo que siente y quiere- no solo inspira el rechazo al consumo de masas.
También alimenta la incomprensión de la sociedad contemporánea que tanto mal le está haciendo a la izquierda, y que acaba, tarde o temprano, deteriorando la democracia.
Después de todo, si, como lo habría probado esta elección, la mayoría se deja alienar, se deja adormecer; si se enajena, si se deja engatusar, si se mueve por arribismo, por una actitud simplemente imitativa de aquellos que la dominan y la explotan, ¿por qué habría de confiarse en ella a la hora de decidir cómo y quién gobierna? Si la cultura espontánea de la gente es tonta y torcida, si se deja llevar por los engaños de la publicidad y la promesa fácil, sin reparar en cuáles son sus verdaderos intereses, ¿por qué entonces confiar en la democracia? ¿No será mejor poner toda la confianza en las minorías esclarecidas que, ellas sí, son capaces de discernir cuáles son los verdaderos intereses de las mayorías abusadas?
El problema que revelan esos insultos a la gente que votó a la derecha es de índole intelectual: una grave incomprensión de las transformaciones de la sociedad chilena, cuyos grupos medios reclaman reconocimiento de la forma de vida que cultivan y a la que aspiran, algo que la izquierda que dominó estos cuatro años (apagando a esa otra izquierda que modernizó Chile), esta izquierda de estos cuatro años dominada por burgueses tardíos o culposos que ven en la izquierda una forma de apostolado, una misión redentora, un sucedáneo de la fe religiosa, no es capaz de comprender.